Pese a las reformas anunciadas por el presidente Macron, y aun a
despecho de su amplitud y profundidad, las protestas, aunque
disminuidas, han vuelto este martes a las calles en la capital de
Francia y en ciertos de sus entornos.
A despecho de la amplitud y fondo
del repliegue anunciado desde el vértice del Estado, el impulso de la
revuelta social todavía mantenía fuerza un día después de que la fuerza
del sistema presidencialista galo desplegara su potencialidad y, en
brevísimo plazo, hiciera un giro resolutorio impensable, por lo vario y
temáticamente diverso de su contenido temático en una democracia de tipo
parlamentarista.
De entidad bastante ha sido el alcance de lo puesto sobre el mesa por
el Presidente de Francia, que el coste de las reformas acordadas ante
la campaña que sostienen los Chalecos Verdes supondrá al Estado entre
los 8.000 y los 10.000 millones de euros.
Un dato de
significación presupuestaria bastante para que este lunes Pierre
Moscovici, Comisario de Asuntos Económicos de la Unión Europea,
declarase ayer que la Comisión seguirá de cerca el impacto de lo
anunciado por el presidente francés en el déficit transpirenaico.
Aunque, obviamente, la profundidad y alcance de esta otra “revolución
francesa” aporta horizontes nuevos para los análisis y la metodología de
la Comisión Europea, toda vez que del surco ahora abierto por el cambio
francés, junto a otras dinámicas sociales de nuevo cuño, brotarán
nuevas dinámicas en la gestión concertada dentro de la Unión Europea.
La subsistencia de la revuelta francesa, a despecho de la amplitud y
profundidad de las demandas de las masas tan reciamente activadas,
aflora un signo de cambio que identifica éste dentro de una cualidad
revolucionaria. Algo que rebasa ampliamente la anécdota de la algarada.
(*) Periodista y abogado español
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