HONG-KONG.- Era una ciudad de
pescadores, perdida a las puertas de Hong Kong. Hoy, la metrópolis de
Shenzhen, símbolo de los 40 años de reformas que han hecho de China la
fábrica del mundo, aspira a ser el faro planetario de la innovación
tecnológica.
Para ello, habrá primero que eliminar la imagen de
paraíso del plagio. "Ahora sentimos un gran apego a la propiedad
intelectual y a las patentes", asegura Wu Yebin en su oficina, en el 35º
piso de un moderno rascacielos.
Otrora imitador de grandes marcas, creó MeegoPad, una floreciente empresa de electrónica.
En
diciembre de 1978, China decidió abrirse a la economía de mercado para
dar de comer a su población, en la miseria. Shenzhen, donde 310.000
habitantes vivían de la pesca y del cultivo del arroz, fue el
laboratorio de esas reformas.
Prosperó produciendo artículos de
gigantes como Apple o Samsung, vio emerger a mastodontes locales como
Huawei (telefonía) o Tencent (internet) y brotar a decenas de miles de
fábricas que producen componentes, chips o pantallas táctiles, que le
han valido el apodo de "Silicon Valley del hardware".
Hijo de una
familia rural pobre, Wu Yebin, de 35 años, llegó en 2005 a la ciudad,
que ya cuenta con 13 millones de habitantes. Empezó fabricando, como
miles de otros jóvenes del "shanzhai", copias piratas, a veces
creativas, inspiradas en productos electrónicos de marcas extranjeras.
"Alemania,
Estados Unidos, Japón... todos los países desarrollados han hecho eso
para hacer avanzar su industria manufacturera. Es un paso obligado para
acumular experiencia", considera Wu.
Pero, si bien ese modelo
económico estaba "muy en boga" hace solo unos años en las fábricas
locales, "ya no es viable en la actualidad", admite.
Shenzhen
sigue siendo uno de núcleos manufactureros del país. Pero otras
ciudades chinas le siguen a la zaga, y supo encontrar un nuevo motor de
crecimiento.
"Hoy, apostamos por la innovación para asegurar el
desarrollo. China se convierte en el líder mundial en ese campo",
declara Wu Yebin, cuya empresa factura 25 millones de euros anuales.
Vende unos ingeniosos PC miniaturizados en llaves HDMI y crea gafas de
realidad aumentada.
"Shenzhen se convierte en un punto de encuentro para ingenieros creativos de todo el mundo", señala.
Entre
estos, Meng Jie, un francés que dejó Silicon Valley en 2017 para crear
Maybe, que produce altavoces inteligentes con los que se puede conversar
para aprender mandarín.
"Silicon Valley sigue estando muy por
delante en materia de inteligencia artificial. Pero en Shenzhen,
encuentras tres veces más rápidamente el componente electrónico o
mecánico que necesitas. Es como pasar de una nacional a la autopista",
cuenta entusiasmado el joven treintañero de origen chino.
"La
gente ve a Silicon Valley como la meca de la tecnología. Y Shenzhen es
una ciudad que subestiman mucho. Porque no saben lo que está pasando
aquí", subraya, señalando la hilera de rascacielos desde la ventana de
su oficina.
Pekín lanzó en 2015 el programa industrial "Fabricado
en China 2025", con el objetivo de "dejar de ser la fábrica del mundo"
para pasar a ser un líder tecnológico en el sector de la robótica, los
coches eléctricos, la inteligencia artificial...
"Las
autoridades, en materia de innovación, definen claramente los sectores
en los que desean invertir. Si tu empresa está en esa órbita, es la vía
más rápida y obtienes financiación", declara Duncan Turner, director
general de HAX, incubadora de empresas emergentes en Shenzhen.
El
presidente estadounidense, Donald Trump, manifestó su preocupación ante
esta competencia. Lanzó una guerra comercial contra Pekín y aumentó los
aranceles a productos chinos relacionados con ese plan industrial,
principalmente del campo de la informática, la aeronáutica y la
robótica.
¿Una pérdida de tiempo? Para Turner, instalado en
Shenzhen desde 2009, "el mayor cambio" desde su llegada es que los
jóvenes chinos que antes copiaban "se convirtieron en unos expertos de
la investigación y del desarrollo increíblemente inventivos y
emprendedores".
El aumento del nivel de formación permitió que
naciera una nueva generación de ingenieros. Como Zhang Zhaohui,
presidente de Youibot, instalado en la incubadora HAX, desde donde
diseña el primer robot autónomo de mantenimiento para autobuses.
"El
potencial de Shenzhen es enorme. La ciudad podría alcanzar muy
rápidamente a Silicon Valley", augura el emprendedor de 26 años,
impecablemente vestido.
El francés Meng Jie asiente: "Hace 20
años, en este lugar, había agua y arena. En 10 años, Shenzhen será una
ciudad muy importante en el mundo. Será la capital de la innovación".
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