viernes, 4 de mayo de 2018

Una conjunción de factores apunta a un intento de superar el caos en Libia / Antonio Sánchez-Gijón *

Varios he­chos sig­ni­fi­ca­tivos se han pro­du­cido entre fi­nales de abril y pri­meros de mayo. Su con­jun­ción puede ser señal de que los planes para la pa­ci­fi­ca­ción de Libia en­cuen­tran una res­puesta in­ter­na­cional coor­di­nada y se basan en una es­tra­tegia me­dia­na­mente con­fia­ble, además de sos­te­nible en el in­te­rior.

Coinciden ini­cia­tivas di­plo­má­ticas de Egipto, Estados Unidos, la Unión Europea, y dentro de ésta, y de modo par­ti­cu­lar, la de Francia. Todas en co­la­bo­ra­ción con el go­bierno del Acuerdo Nacional que teó­ri­ca­mente go­bierna Libia bajo los aus­pi­cios de las Naciones Unidas y con la vista puesta en la ce­le­bra­ción de elec­ciones ge­ne­ra­les.
Como demostración de que esa constelación de hechos político-diplomáticos puede ser una amenaza a las fuerzas empeñadas en la desestabilización de Libia, el Estado Islámico (EI) reapareció de modo contundente el miércoles 2 de mayo. Un terrorista suicida se hizo estallar en la Comisión Electoral Nacional, en Trípoli, matando a doce funcionarios encargados de expedir las acreditaciones electorales. El grupo yihadista se hallaba hasta ahora acorralado en territorios alejados en el interior, después de sufrir el pasado año graves derrotas en varias poblaciones de la costa.

La secuencia de hechos reseñables comienza con la reaparición del general Jalifa Haftar en Bengasi, la capital de Cirenaica, el 26 de abril, procedente de El Cairo, donde se cree que puede haber estado durante los 17 días en que no se supo nada de él sino que se le suponía bajo tratamiento médico urgente. Al llegar aparentaba estar en forma, y rechazó los rumores sobre su salud.

El general llegaba con su posición política reforzada por tres hechos. Dos de ellos internos: la alianza de lealtad a Haftar, jurada por el Consejo Tribal Awlad Suleiman, de Sehba antes de su llegada, y la adhesión de la sexta Brigada al llamado Ejército Nacional Libio, comandado por el general y no reconocido internacionalmente, pero con cuyo jefe Occidente da signos de querer entenderse.

El hecho externo es aún más significativo: acababa de tener lugar la visita a El Cairo del ministro francés de Exteriores, Yves Le Drian, para entrevistarse con el presidente El-Sissi. Un portavoz del presidente informó que los dos habían estado de acuerdo en la necesidad de acelerar la convocatoria de elecciones “antes de fin de año, tomando en consideración que la situación en Libia afecta a la estabilidad y la seguridad de la región del Mediterráneo”. Haftar ya ha anunciado su intención de presentarse a las elecciones presidenciales. Hace meses, cuando sólo contaba con el respaldo de El Cairo, Haftar fue recibido en El Elíseo.

Dos de las más poderosas milicias del interior, las de Misrata y Zintán, celebraron el pasado día 25 un acto de conciliación, acordando oponerse a cualquier intento de golpe que pretenda hacer fracasar el proceso político liderado por las Naciones Unidas.

Una iniciativa de los Estados Unidos incide en la actual coyuntura. El 29 de abril, la encargada de Negocios en Túnez y el subsecretario libio de Asuntos Exteriores firmaron un memorándum para llevar la seguridad al aeropuerto de Trípoli, sometido durante años al control por diversas milicias, y para la colaboración en el sector de la justicia, el sistema de prisiones y la seguridad.

Por último, representantes de la Liga Árabe, la Organización de la Unidad Africana, la ONU, más la alta representante de la Unión Europea, Federica Mogherini, se reunieron en El Cairo el 1 de mayo, para respaldar las iniciativas tomadas por el Tribunal Supremo libio que valida la decisión de la Asamblea Nacional Constituyente, del pasado julio, de convocar un referéndum que apruebe una nueva constitución.

Si todo lo anterior constituye una arquitectura que permita edificar una democracia libia, aún deberá probarse que es capaz de eliminar la tiranía que cuatro milicias, violentamente enfrentadas entre sí, ejercen sobre los sectores financiero, bancario, civil y administrativo de una ciudad, Trípoli, que se supone debe funcionar como capital de Libia. Hoy las milicias que controlan sus barrios se encuentran bajo la amenaza de una intervención armada de otras milicias externas, entre otras la de Misrata, que ha jurado su lealtad a Haftar, y otras que respaldan el acuerdo nacional.

Parece, pues, que los actores de la crisis quieren llegar a un momento resolutivo. De una forma o de otra, sin embargo, es previsible que implique violencia. Falta sólo comprobar que todos los indicios arriba mencionados apuntan en la misma dirección.



(*) Periodista español