Varios
hechos significativos se han producido entre finales de abril y
primeros de mayo. Su conjunción puede ser señal de que los planes
para la pacificación de Libia encuentran una respuesta
internacional coordinada y se basan en una estrategia
medianamente confiable, además de sostenible en el interior.
Coinciden iniciativas diplomáticas de Egipto, Estados Unidos, la Unión Europea, y dentro de ésta, y de modo particular, la de Francia. Todas en colaboración con el gobierno del Acuerdo Nacional que teóricamente gobierna Libia bajo los auspicios de las Naciones Unidas y con la vista puesta en la celebración de elecciones generales.
Coinciden iniciativas diplomáticas de Egipto, Estados Unidos, la Unión Europea, y dentro de ésta, y de modo particular, la de Francia. Todas en colaboración con el gobierno del Acuerdo Nacional que teóricamente gobierna Libia bajo los auspicios de las Naciones Unidas y con la vista puesta en la celebración de elecciones generales.
Como
demostración de que esa constelación de hechos político-diplomáticos
puede ser una amenaza a las fuerzas empeñadas en la desestabilización de
Libia, el Estado Islámico (EI) reapareció de modo contundente el
miércoles 2 de mayo. Un terrorista suicida se hizo estallar en la
Comisión Electoral Nacional, en Trípoli, matando a doce funcionarios
encargados de expedir las acreditaciones electorales. El grupo yihadista
se hallaba hasta ahora acorralado en territorios alejados en el
interior, después de sufrir el pasado año graves derrotas en varias
poblaciones de la costa.
La secuencia de hechos reseñables comienza con la reaparición del
general Jalifa Haftar en Bengasi, la capital de Cirenaica, el 26 de
abril, procedente de El Cairo, donde se cree que puede haber estado
durante los 17 días en que no se supo nada de él sino que se le suponía
bajo tratamiento médico urgente. Al llegar aparentaba estar en forma, y
rechazó los rumores sobre su salud.
El general llegaba con su posición política reforzada por tres
hechos. Dos de ellos internos: la alianza de lealtad a Haftar, jurada
por el Consejo Tribal Awlad Suleiman, de Sehba antes de su llegada, y la
adhesión de la sexta Brigada al llamado Ejército Nacional Libio,
comandado por el general y no reconocido internacionalmente, pero con
cuyo jefe Occidente da signos de querer entenderse.
El hecho externo es aún más significativo: acababa de tener lugar la
visita a El Cairo del ministro francés de Exteriores, Yves Le Drian,
para entrevistarse con el presidente El-Sissi. Un portavoz del
presidente informó que los dos habían estado de acuerdo en la necesidad
de acelerar la convocatoria de elecciones “antes de fin de año, tomando
en consideración que la situación en Libia afecta a la estabilidad y la
seguridad de la región del Mediterráneo”. Haftar ya ha anunciado su
intención de presentarse a las elecciones presidenciales. Hace meses,
cuando sólo contaba con el respaldo de El Cairo, Haftar fue recibido en
El Elíseo.
Dos de las más poderosas milicias del interior, las de Misrata y
Zintán, celebraron el pasado día 25 un acto de conciliación, acordando
oponerse a cualquier intento de golpe que pretenda hacer fracasar el
proceso político liderado por las Naciones Unidas.
Una iniciativa de los Estados Unidos incide en la actual coyuntura.
El 29 de abril, la encargada de Negocios en Túnez y el subsecretario
libio de Asuntos Exteriores firmaron un memorándum para llevar la
seguridad al aeropuerto de Trípoli, sometido durante años al control por
diversas milicias, y para la colaboración en el sector de la justicia,
el sistema de prisiones y la seguridad.
Por último, representantes de la Liga Árabe, la Organización de la
Unidad Africana, la ONU, más la alta representante de la Unión Europea,
Federica Mogherini, se reunieron en El Cairo el 1 de mayo, para
respaldar las iniciativas tomadas por el Tribunal Supremo libio que
valida la decisión de la Asamblea Nacional Constituyente, del pasado
julio, de convocar un referéndum que apruebe una nueva constitución.
Si todo lo anterior constituye una arquitectura que permita edificar
una democracia libia, aún deberá probarse que es capaz de eliminar la
tiranía que cuatro milicias, violentamente enfrentadas entre sí, ejercen
sobre los sectores financiero, bancario, civil y administrativo de una
ciudad, Trípoli, que se supone debe funcionar como capital de Libia. Hoy
las milicias que controlan sus barrios se encuentran bajo la amenaza de
una intervención armada de otras milicias externas, entre otras la de
Misrata, que ha jurado su lealtad a Haftar, y otras que respaldan el
acuerdo nacional.
Parece, pues, que los actores de la crisis quieren llegar a un
momento resolutivo. De una forma o de otra, sin embargo, es previsible
que implique violencia. Falta sólo comprobar que todos los indicios
arriba mencionados apuntan en la misma dirección.
(*) Periodista español