Aún sonaría el eco de la carcajada de Nicolás Maduro si le hubieran
dicho en Estambul, mientras encendía su puro habano, de regreso de sus
visitas a Pekín y Moscú para recabar fondos, que a estas horas estaría
en el tranco final de su aventura por la tragedia plural en que ha
sumido al pueblo venezolano.
Agotada la renta de su golpe de Estado al
incumplir la exigencia constitucional de someterse a un referéndum tras
la derrota aplastante sufrida ante la Oposición que ahora apoya a Juan
Guaidó, y sustituyendo la legítima Cámara de la la Asamblea Nacional por
un trampantojo Constituyente sobre el que se montó para aviarse la
continuidad en el vértice del Estado; consumada la catástrofe nacional
venezolana en todos los órdenes de la Política y la Economía; cuando la
población se echa a la calle y se expande el temor de que el país se
ahogue en la violencia, aparecen internacionalmente los remilgos y la
supuesta paridad de títulos entre lo que representa Guaidó, “ heredero”
de la victoria democrática en las últimas elecciones libres, y el
doctorado en rencores de clase por la Escuela Revolucionaria de La
Habana, luego de abandonar el volante de autobús dónde se curtió en la
esgrima de los matices políticos y sociales.
Cabe advertir, desde las perspectivas políticas exteriores, que dejar
de lado el hecho de la trampa contra la Constitución perpetrada por
Maduro, es tanto como dar por aceptable toda la mentira de régimen en
que se escuda a estas horas la deriva reaccionaria del chavismo.
Una
aberración totalitaria que se fue a pique.
(*) Periodista y abogado español
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