El cambio, virtualmente escénico, de la promoción formal por las
fuerzas opositoras al régimen chavista de Juan Guaido como presidente de
la Asamblea Nacional, masivamente vencedoras en las últimas elecciones
libres habidas en el país, gira de forma acelerada hacia condiciones de
progresiva concreción.
De una parte, por la titubeante reacción del
Gobierno de Nicolás Maduro, tras la detención y su inmediata liberación,
Guaido, por parte de aquellos que le habían apresado; y junto a ello,
tras el eclipse de la reuniones entre los representantes de la Oposición
democrática y el Gobierno ante la muy mistérica batuta de José Luís
Rodriguez Zapatero, expresidente del Gobierno socialista español y
responsable de dos hitos de legislación tan polémicos como la Ley de la
Memoria Histórica y la última reforma del Estatuto de Cataluña.
De otro lado, la subida de tono en actitudes y mensajes, de unos y
otros, acorde con la envergadura de las realidades que subyacen al
escenario político, social y económico de la actual Venezuela.
De un
punto, desde la opción encabezada por el presidente de la resucitada
Asamblea Nacional, el mensaje a los componentes de las Fuerzas Armadas y
a las huestes del chavismo “madurero” de que tendrán la amnistía
policial si no se oponen al cambio que desmonte el golpe de Estado.
Y
frente a ello, la respuesta del poder anunciando manifestación masiva en
breve plazo como legitimación popular de apoyo al statu quo.
Lo más incuestionable y cierto es que la Venezuela que ganó las
últimas elecciones se arremanga políticamente frente al régimen chavista
en su última versión. Y lo hace al amparo de un consenso internacional
desde el el mundo libre de magnitud sin precedentes.
Parece que, esta
vez sí, la liberación de Venezuela, que sólo posible se configura como
sólidamente probable.
Y la Organización de Estados Americanos va a
desempeñar una decisiva función catalizador. Concluyente.
(*) Periodista y abogado español
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