La agresividad con la que la Reserva Federal de Estados Unidos
desarrolló su política monetaria restrictiva durante el pasado año, con
cuatro subidas de tipos de interés, parece ya a estas alturas en trance
de rectificación.
No es que hayan surtido efecto las amenazas del
intempestivo Donald Trump, amenazando incluso de forma velada a Jerome
Powell, jefe de la Fed, de echarlo del cargo, algo inviable por motivos
legales, sino que la propia dinámica de las cosas está pidiendo una
corrección a fondo de los planteamientos que conducirían en principio a
una nueva fase de subidas de tipos este año.
Subidas que lógicamente no serían cuatro, como en el pasado año, sino
dos, como últimamente se venía vaticinando, lo que equivale en conjunto
a medio punto de interés, es decir, la mitad que el año recién cerrado,
cuando los tipos aumentaron cuatro veces un cuarto de punto, es decir,
un punto en total, lo que no sucedía desde hace más de diez años.
El
pasado viernes, Powell ha lanzado nuevos mensajes a los mercados,
prometiendo una mayor sensibilidad, en línea con lo que le sugieren los
mercados.
En medios financieros y económicos ha empezado incluso a circular la
posibilidad de que en el año 2019 veamos la primera bajada de tipos de
interés en Estados Unidos, lo que resulta bastante improbable. Pero es
ya un vaticinio que están barajando algunos expertos.
Lo que está claro es que hay un giro en las expectativas de tipo
monetario desde las declaraciones del pasado viernes realizadas por el
propio dirigente de la Reserva Federal, al calor de los últimos datos de
la economía americana, alguno de los cuales, como la creación de
empleo, apuntaban a un buen estado de salud.
Pero no todos han ido en esa misma dirección, de forma que algunos
analistas empiezan a calibrar los rasgos menos optimistas de la
actividad económica, ya que las vicisitudes de la guerra comercial
pueden estar causando ya ciertos problemas a la mayor economía del
mundo, con riesgo de que estos daños se amplifiquen en los próximos
meses.
En la práctica, estos temores a un impacto negativo de las disputas
comerciales en la actividad económica y en la posición de algunas
grandes empresas americanas son los que han provocado un compás de
espera en el ánimo de las autoridades económicas. En paralelo, el
Gobierno de Trump ha empezado a valorar con mayor sensatez los riesgos
económicos que se derivarían de una guerra comercial abierta, en
especial con China.
La debilidad económica de China, que algunos
indicadores están reflejando ya desde hace unos meses aunque su
crecimiento sigue por encima del 6%, es un asunto de impacto global muy
considerable, que a nadie interesa y desde luego no beneficia a Estados
Unidos. En las últimas jornadas, las conversaciones directas entre ambos
países, que se celebran en la capital china, parecen abrir un margen de
esperanza.
(*) Periodista y economista español
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