La llegada
de Jair Messias Bolsonaro a la presidencia de Brasil ha causado una
notable preocupación en amplios sectores de su país y también en
todo el mundo. Pero si alguien debe tener la mosca detrás de la oreja,
ese es el presidente de Venezuela, Nicolás Maduro. Los dos
presidentes han acordado estudiar la posibilidad de que Estados
Unidos cuente con una base militar en territorio brasileño. América
del Sur nunca ha sido un territorio de interés militar de primer
orden para los norteamericanos.
Si
la base llega a establecerse, sólo cabe pensar en el régimen
bolivariano de Caracas como el objetivo de las preocupaciones
estratégicas de Brasil y Estados Unidos. Y si se trata de una base
aérea, blanco y en botella como afirma el dicho popular.
Bolsonaro ha anunciado una serie de medidas políticas que recuerdan a
las de su colega norteamericano Donald Trump -Brasil para los
brasileños, lucha contra los colectivos feministas y homosexuales, lucha
y castigo por todos los medios contra el crimen y la violencia,
erradicar lo que él entiende por comunismo e izquierdismo y fin de la
ideología que responde a la denominada “corrección política”.
La victoria de Bolsonaro debe entenderse en el marco del cansacio de
las clases medias con los distintos ensayos que se han llevado a cabo en
el país durante los últimos 60 años para conseguir que sea una realidad
el lema de la república estampada en la bandera verdeamarilla: “Orden y
progreso”.
No han logrado ese objetivo ni la democracia liberal de la década de
los sesenta, ni los dos decenios de dictadura militar desarrollista, ni
la posterior democracia moderada, ni los diez años del régimen laborista
templado de Lula y Dilma Rousseff, que terminó con ambos líderes por su
corrupción económica y política.
Fruto de esta última etapa han sido la instauración de una
‘dictadura’ de lo políticamente correcto, que ha levantado grandes
susceptibilidades en parte de la población. Pero acabar con esto, atajar
la inseguridad pública que tanto aqueja a muchas ciudades brasileñas y
volver atrás en los avances en el campo de las libertades individuales
es una tarea que se antoja difícil para una personalidad primaria como
la de Bolsonaro.
Trump ya lo ha intentado durante dos años, pero la sutileza, astucia y
mano izquierda necesarias para llevar a cabo esa tarea no parece ser
patrimonio de ninguno de los dos líderes.
Los ciudadanos para los que el nuevo presidente desea que Brasil sea
suyo son una parte minoritaria (la que está plenamente inmersa en la
economía de mercado) de sus 208 millones de habitantes. Es la misma
ingeniería social que, por ejemplo, en España quieren sacar adelante los
independentistas en las autonomías catalana y vasca; sólo serían
ciudadanos de pleno derecho, aunque no conformen una mayoría en número,
los que comulguen con las tesis nacionalistas.
Hay otras causas naturales que han dificultado a lo largo de su
historia el progreso de Brasil. La fundamental es la complicada
topografía de sus 8.5 millones de kilómetros cuadrados. La gran
extensión de la selva amazónica en el norte es difícil de penetrar para
explotar económicamente los minerales que posee por los costes en
infraestructuras que habría que invertir.
Inmediatamente se extiende una sabana con suelos muy ácidos difíciles
de trabajar y carente de una red de ríos navegables. Las tierras ricas
se abren al sur del país, pero apenas tienen acceso fácil al mar. El
país carece de buenos puertos debido a las tierras escarpadas que lindan
con la costa (de 7.500 kilómetros), que no tienen la profundidad
suficiente para albergar barcos de calado. Y los pocos que tiene están
muy alejados entre sí.
Las ciudades importantes han tenido que aprovechar para su
construcción los pequeños enclaves, a mucha distancia unos de otros, que
las tierras escarpadas ofrecen (Río de Janeiro es un ejemplo de esta
característica al haber crecido la ciudad reptando entre las numerosas
elevaciones que la conforman).
Estos problemas no favorecen la construcción de una red de carreteras
que una las principales ciudades, a mucha distancia unas de otras. Y
aunque el río más caudaloso y de mayor longitud del mundo -según afirman
orgullosos los brasileños del Amazonas- fluye por sus tierras, éstas
son las menos pobladas y luego llega al océano Atlántico en un punto en
el que no hay lugar para un puerto importante. Todo lo contrario de lo
que el Misisipi es para Estados Unidos con el gran puerto de Nueva
Orleans en su desembocadura.
Demasiados desafíos, políticos y estratégicos, para Jair Messias Bolsonaro, que no parece que hará honor a su segundo nombre.
(*) Periodista español
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