Este 10 de enero de 2019 puede pasar a la crónica iberoamericana como
el día de más aguda tensión política centrada con un horizonte crítico
de cambio en todos los órdenes de la vida nacional. El problema
venezolano compone máximos de desacuerdo político, económico y social,
internamente; regionalmente, en Centroamérica, y hemisféricamente.
Y, en
lo personal, reducido y condensado en un solo y único nombre: Nicolás
Maduro su pretensión, permanecer a toda costa. Caiga quien caiga. Como
aprendió en los Talleres Revolucionarios de la Habana, adonde le
llevaron desde el autobús que conducía por las vías de Venezuela, ahora
tomadas por sus adeptos, secuaces y conmilitones.
Ya avanzada la tarde de este funestamente 10 de enero venezolano, el
lógico y congruente fracaso de diplomacia internacional del “hijo de
Chávez”, se ha cuantificado con media docena corta de asistencias,
reducida en la práctica a la fauna mínima de dictadores y cómplices.
remunerados de dictaduras, aparte de funcionarios de Gobiernos de
segunda y de tercera en expectativa de rebañar unos cantos barriles de
la cuenca del Orinoco, junto a funcionarios de mínimo nivel de Gobiernos
en expectativa de rebañar alguna sinecura a medio y largo plazo, por si
el fraude del madurismo lograra sobrevivir algún tiempo más.
Lo más oscuro de este presente de la crueldad política venezolana es,
en todo caso, el que corresponde a los nacionales de a pie, que día
tras día cargan sobre sus espaldas el peso de las carencias más
desalentadoras y los riesgos más palmarios de la tiranía inapelable.
(*) Periodista y abogado español
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