domingo, 20 de enero de 2019

El Brexit agrava la crisis de los partidos británicos

MADRID.- La guerra civil declarada en Reino Unido por el Brexit ha entrado en el período de arrepentimiento previo a la batalla final que arranca este lunes con la presentación del plan B de Theresa May. Los estrategas de cada frente se han retirado a sus respectivas trincheras para estudiar las maniobras necesarias para una contienda en la que el manejo de los tiempos será clave, dada la división existente, indiferente a siglas y lealtades partidarias, recuerda desde Madrid El Economista.

La premier mantiene su tradicional querencia por la opacidad como táctica de supervivencia mientras el líder de la oposición se ha afiliado a la ambigüedad premeditada, consciente de que cualquier fallo de cálculo podría hacer reventar la bomba de relojería que el divorcio ha impuesto sobre el Laborismo.
La ruptura con la UE había constituido la inesperada consecuencia de la temeraria acometida de David Cameron para sofocar la incomodidad que Bruselas generaba en la derecha británica. 
La onda expansiva, no obstante, ha acabado afectando al espectro político en su conjunto, creando divisiones en todos los partidos y dejando a los electores huérfanos de liderazgo. Ningún dirigente ha salido reforzado de la confrontación, sino al contrario, y los conflictos latentes que sufrían sus formaciones han resultado exacerbados por la acritud del Brexit.
En este contexto, las especulaciones sobre un potencial adelanto electoral como fórmula para desbloquear el estancamiento abren una duda metódica sobre qué pueden ofrecer al votante responsables políticos que han sido incapaces de consensuar en sus propias filas una posición de compromiso para el mayor desafío afrontado por Reino Unido desde la II Guerra Mundial. 
Y sin embargo, las urnas ayudaría a Theresa May y a Jeremy Corbyn a aplacar, al menos temporalmente, las crecientes apelaciones internas a una convocatoria electoral muy diferente: la de un segundo plebiscito que resuelva la parálisis que no han logrado arreglar.
Pese a sus extremas diferencias, ambos líderes coinciden en su rechazo a volver a someter a consulta el debate supuestamente resuelto el 23 de junio de 2016. 
De ahí que la prioridad de Corbyn, al menos para sofocar las llamadas a apoyarlo, sea aparentar que le interesan unas generales, pese a que ninguna encuesta le sitúa por delante, ni siquiera tras el espectáculo ofrecido durante meses por un Gobierno dividido ante su misión fundamental -garantizar el Brexit-, ni tampoco después de que sufriese la mayor derrota parlamentaria registrada por un Ejecutivo británico en tiempos modernos.
May ha sufrido en primera persona las consecuencias de un error de cálculo electoral y, si bien debería haber aprendido la lección, de acuerdo con medios afines, el máximo responsable de la Función Pública en Reino Unido habría puesto a todos los Ministerios sobre aviso en orden a que se preparen para unos comicios, en caso de que un adelanto sea necesario para romper el actual impasse.
La mera consideración tiene sentido en un contexto en que el retraso de la salida constituye el único principio de incertidumbre, dado que ninguna otra propuesta recaba suficiente respaldo: Wesminster repudia el acuerdo de May; un segundo referéndum parece imposible mientras la premier siga en el Número 10; y la salida sin acuerdo es rechazada por la mayoría.
Boris Johnson resurgió para recordar su interés en Downing Street. En la jornada de calma previa a la tormenta, el exministro convocó a la prensa, pero las hemerotecas le aguaron una intervención estelar en la que se atrevió a declarar que "no había dicho nada sobre Turquía" durante la campaña del referéndum.

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