PARÍS.- El pitido estridente de
un silbato marca el arranque de las subastas en el mercado de trufas
negras de Lalbenque, en el suroeste de Francia. Es un lucrativo negocio,
pero los productores andan preocupados por la dura competencia de
España.
El martes, día del comercio al por mayor de la trufa negra
de invierno en esta localidad, el principal mercado del suroeste
francés, los particulares, corredores y restauradores se abalanzan sobre
las cestas de una cincuentena de truficultores.
Algunos ya han escogido, mucho antes de la apertura
oficial de las subastas. Y en pocos minutos, alrededor de 52 kilos de
'tuber melanosporum', la trufa negra del Périgord, cambiarán de manos,
por un precio de unos 550 euros el kilo.
Durante la última campaña
nacional, entre diciembre de 2017 y marzo de 2018, unos 20
truficultores franceses cosecharon alrededor de 30 toneladas de trufas
negras, un champiñón símbolo de la gastronomía francesa enterrado a los
pies de árboles truferos.
Pero en la vecina España, la cosecha
del preciado 'diamante negro' alcanzó las 45 toneladas, según las cifras
de la Federación Francesa de Truficultores (FFT).
Desde hace tres años,
la producción de España supera a la francesa, según las estadísticas
que transmitió la FFT.
Unas
cifras que preocupan a su presidente, Michel Tournayre. "Cada vez que
perdemos tonelaje, perdemos cuotas de mercado", aseguró.
Lo mismo
ocurre en el mercado de Lalbenque: "La trufa española representa una
ocasión perdida para mí. Lo que venden los españoles, yo no lo vendo",
confesó Bernard Lecou, artesano jubilado y en el sector del cultivo de
trufa desde hace unos quince años.
Con los españoles, "hay
una presión" en los mercados, reconoce un compañero, que prefiere
conservar el anonimato. "Los españoles producen mucho -añade- pero no
consumen".
"No tienen tradición culinaria alrededor de la trufa",
confirmó Michel Tournayre. "Así que exportan mucho", especialmente a
Francia donde se consumen unas 80 toneladas por año.
Durante la última asamblea general de la FFT que preside,
Tournayre daba la voz de alarma: "La falta de producción [en Francia] no
debería obligarnos a vender trufas de otros países en nuestra decenas
de eventos".
Al contrario que la francesa, la truficultura
española es muy reciente. Para desarrollarse, contó con ayudas
excepcionales del "gobierno, de las regiones, de Europa", afirmó Michel
Santinelli, presidente de la Federación Regional de Provenza-Alpes-Costa
Azul (PACA), en el sureste de Francia.
"Tienen
grandes espacios y cuentan con ayudas para la plantación, para
perforaciones" destinadas a asegurar la irrigación de los suelos,
explicó Alain Ambialet, copresidente de la Federación de Truficultures
de Occitania, región del sur del país.
"Así consiguieron alcanzar
200 años de historia", analiza Tournayre, que milita por una
profesionalización de truficultores, pero también por un apoyo al
desarrollo de la producción francesa.
La inversión para una nueva
plantación -trabajo de suelo, cercados, compra de plantaciones de robles
truferos- significa un adelanto de presupuesto de unos 10.000 euros por
hectárea, según Ambialet, que celebra que en Francia se siga plantando,
aunque "haya que esperar entre 10 y 15 años antes de obtener trufas",
en las nuevas parcelas.
En PACA, principal región productora,
ningún truficultor recibe ayudas, aseguró Santinelli. "Estamos luchando
solos", denunció. Sin embargo, el cultivo de trufa representa una
"riqueza económica, cultural, y turística".
"En Lalbenque, el año
pasado, obtuvimos algo más de 1,5 toneladas, a un precio medio de 800
euros el kilo. Así que haga el cálculo", dijo Ambialet.
E insistió
en que el mercado semanal atrae a cientos de turistas o compradores,
que "comen en el restaurante, a veces duermen en hoteles o en casas de
huéspedes. Es una fuente financiera importante, sobre todo en invierno".
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