miércoles, 9 de enero de 2019

La UE tiende la mano a retrasar el Brexit, pero sólo si hay un plan

LONDRES.- En la Unión Europea nada ha cambiado. La posición negociadora sigue siendo la misma. La flexibilidad, la máxima dadas las circunstancias. Y la voluntad para ayudar a Theresa May, toda, dentro de sus posibilidades. Por desgracia, desde el Consejo Europeo del 13 y 14 de diciembre tampoco ha habido ningún cambio, ningún avance palpable en Reino Unido, por lo que las piezas en el tablero son las mismas, pero con mucho menos tiempo en el reloj, refleja hoy El Mundo de Madrid.

En los últimos días se han disparado los rumores en Londres sobre la posibilidad de un acuerdo de última hora con Bruselas para pedir y pactar un aplazamiento en el Brexit, una prórroga para que el divorcio oficial no se consume el 29 de marzo de este año, sino quizás algunas semanas más tarde.
El ministro responsable, Stephen Barclay, negó el martes hasta en tres ocasiones que se esté concretando algo, o que ésa sea la intención del Gobierno de su Majestad. Pero es evidente que cada día que pasa una extensión del plazo de dos años en el Artículo 50 del Tratado de la UE, que fue activado por May en marzo de 2017, parece más probable, más necesaria y más lógica.
Los socios europeos lo contemplan desde hace muchos meses y en noviembre y en diciembre quedó claro, ante las cámaras y sin micrófonos, que no hay ningún problema. Eso sí, siempre que haya un plan. A finales del año pasado los jefes de Estado y de Gobierno le dieron a May unas pocas ideas, pero muy claras.
Si necesita ayuda, debe pedirla. Si quiere más "garantías", legales o políticas, sobre el asunto de Irlanda del Norte, debe pedirlas. Si quieren una cumbre extraordinaria, se hace, pero para aprobar algo, no especular. El mensaje es que no puede hacer como en noviembre y presentarse una vez más sin nada detallado, esperando milagros.
La situación requiere una estrategia marcada, una propuesta legal, opciones políticas y una evaluación de las consecuencias. Y eso no ha ocurrido.
Exactamente lo mismo pasa respecto a la posibilidad de una prórroga. Los 27 están totalmente a favor si es necesaria (y casi de forma unánime sospechan que ya casi lo es), pero no sin una justificación.
Obtener margen para lograr la ratificación del acuerdo, para que supere los trámites parlamentarios. Pero no una burbuja gratuita de oxígeno para que Downing Street siga mareando la perdiz o presionando a sus escépticos.
Por eso nadie en Bruselas quiere cerrar nada al menos hasta el día 15, después del Meaningful Vote en Westminster. Si May logra los apoyos necesarios, se le daría una prórroga para los siguientes pasos.
Lo que estaría por determinar es de cuántos días. Técnicamente no hay límite máximo. Si los 28 deciden de forma unánime extender ese Artículo 50, legalmente lo pueden llevar a cuando quieran. El problema son las elecciones europeas del 26 de mayo.
Si para entonces Reino Unido sigue siendo Estado Miembro debe participar en las elecciones, por lo que la solución más razonable sería una extensión mínima, de pocas semanas para que se cierre el tema Brexit antes de las votaciones.
Pero desde noviembre los embajadores en Bruselas y los ministros que acuden al Consejo de Asuntos Generales, donde se aborda el tema (y que el martes no trató el tema de una extensión en absoluto, según fuentes diplomáticas), barajan alguna posibilidad más peliaguda.
Como por ejemplo, que la extensión pudiera llegar incluso a julio. Mucho más allá de las elecciones europeas, pero antes de que la nueva Eurocámara se constituya, interpretando los Tratados al límite.
Toda modificación sobre el calendario previsto tienen inconvenientes, pero la UE maneja todo desde dos puntos de vista. El primero, el mantra general de la Unión: si hay voluntad, habrá una vía. Cuando hay consenso político, siempre se encuentran soluciones técnicas, por raras que parezcan y precario que resulte el equilibrio.
El segundo enfoque es que prácticamente todo es mejor a una salida del Reino Unido sin acuerdo. No se pueden comprometer las libertades, los principios básicos, ni se quieren tocar el Acuerdo de Salida ya firmado. Pero a partir de ahí, la creatividad es bienvenida.
Si, por ejemplo, Dublín encontrará bilateralmente una solución con Londres sobre el tema del backstop, la salvaguarda para evitar fronteras duras con Irlanda del Norte, la UE no sería más papista y podría bajar el pistón.
Si May quiere algún tipo de declaración que no comprometa la integridad de los papeles que están encima de la mesa, encantados de dársela. ¿Que se da un giro de 180 grados, un referéndum, unas elecciones o una retirada unilateral del Brexit? Pues se responderá en consecuencia.
El asunto es que Reino Unido, su Gobierno, su primera ministra, su Partido Conservador y su oposición tienen que decidir de una vez qué es lo que quieren. No lo saben y no lo han logrado definir desde el referéndum de junio de 2016.
La cuenta atrás está casi en zona roja, las consecuencias cada día parecen más nefastas y los 27 están a la espera. La falta de plan parece ser un plan en sí mismo. Que el ala dura de los brexiteros tories se achante o que el ala más europeísta de los laboristas dé un golpe sobre la mesa y fuerce a Jeremy Corbyn a levantar la mano.
Sería lo lógico, lo deseado y para la mayoría de las capitales, casi el único camino para evitar el desastre. Pero visto lo ocurrido en los últimos 30 meses, pocos en Bruselas confían en el legendario pragmatismo y la eficiencia británica.

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