LISBOA.- Superó la crisis sin renunciar a los mínimos del Estado
de Bienestar, con una alianza de izquierdas en el Gobierno que para
muchos se antojaba imposible, pero ahora, Portugal, todavía atractivo
para inversores extranjeros, inicia el camino de la desaceleración.
El enfriamiento ya se deja sentir. La economía se moderó en el tercer
trimestre, con un crecimiento interanual del 2,1% que aleja el
cumplimiento de la meta (2,3%) prevista para 2018.
La deuda pública subió hasta los 251.000 millones de
euros y el déficit se situó en 0,7% del PIB hasta septiembre, mientras
que el desempleo cayó hasta el 6,7%, una de las tasas más bajas de la
Unión Europea.
Recortar el déficit, ajustarse al
marco euro y saldar por adelantado la deuda con el Fondo Monetario
Internacional -en octubre Portugal liquidó 4.700 millones pendientes con
el organismo- sin menoscabo de las políticas sociales, es resultado de
una gestión que el socialista António Costa promete mantener si, como
apuntan las encuestas, revalida su triunfo en las elecciones de octubre.
"Aquello que nadie nos perdonaría sería que, si Europa, en el futuro,
fuese alcanzada por una nueva crisis, volvamos a estar desprotegidos,
como estábamos cuando la crisis nos alcanzó en 2008", sostuvo Costa en
una reciente entrevista en Lisboa.
El llamado
"milagro portugués", que puso al país de moda y multiplicó el turismo y
la inversión extranjera, ha transformado ciudades como Lisboa y Oporto
de la mano del mercado inmobiliario y ha sido puesto como ejemplo en
Europa, pero no se ha traducido en la creación de un tejido productivo.
Buena parte del ese "milagro" respondió a las visas "gold" -que otorgan
la residencia a extranjeros a cambio de una inversión de medio millón
de euros- y que, desde que entraron en vigor, en 2012, han dejado
ingresos próximos a los 3.400 millones de euros.
Las
desgravaciones fiscales para profesionales y jubilados han atraído a
miles de extranjeros, en su mayoría europeos, y la crisis en Brasil ha
multiplicado la presencia de emigrantes suramericanos.
Pero el optimismo del poderoso ministro de Finanzas y jefe del
Eurogrupo, Marcelo Centeno, que ha dibujado un déficit próximo a cero
para 2019, no es compartido por organismos internacionales, ni siquiera
por el Banco de Portugal, que temen un impacto de la volatilidad
internacional y del Brexit en las cuentas lusas.
Centeno prevé crecer un 2,2%, con un déficit del 0,2%, el más bajo de la democracia, y un desempleo del 6,3% en 2019.
El Banco de Portugal limita el crecimiento al 1,8%, lastrado por la
caída del consumo y las exportaciones derivada, en buena parte, del
Brexit, aunque la previsión más austera es de la calificadora Fitch, que
proyecta una subida de 1,5%.
La patronal portuguesa
estima que la salida de Londres de la UE se traducirá en un desplome de
hasta un 26% en las exportaciones lusas al Reino Unido.
Los síntomas del enfriamiento preocupan ya a algunos sectores.
Portugal "con una deuda gigantesca, no tiene tejido industrial, se ha
volcado en el turismo y en buscar capital extranjero para la inversión
inmobiliaria y la venta de empresas en dificultades, pero no para crear
alternativas", explica un ejecutivo de una multinacional
automovilística que prefiere mantener el anonimato.
En consecuencia, "acusará las turbulencias de Europa", aunque "durante
2019, por ser un año electoral, se intentará disimular el impacto de la
desaceleración", apunta.
Aprendida la lección de la
crisis, Lisboa busca ampliar horizontes en África, Latinoamérica y Asia,
en especial en China, que tiene inversiones superiores a los 10.000
millones de euros en el país.
Costa ha hecho caso
omiso a las reservas de Francia y Alemania sobre el avance chino y se ha
sumado a la nueva ruta de la Seda propuesta por Pekín.
Portugal, recordaba Costa en la entrevista, que siempre estuvo
abierto al mundo: "Ha sido nuestra expresión histórica en los últimos
600 años y ahora ya es tarde para cambiar de vocación".
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