ROMA.- Basta
un corto paseo por el centro de Roma para darse cuenta de lo que es ya
una estampa cotidiana: coches estacionados en calles empedradas junto a
atracciones turísticas como la plaza Navona, la basílica de San Pedro,
el Campo dei Fiori o la plaza de España. La
escena contrasta con las políticas que están implementando las
principales capitales europeas para echar a los coches del centro de la
ciudad, como Londres o, más recientemente, Madrid, entre otras.
Roma
sigue siendo una excepción, y no porque no se haya intentado: el
Ayuntamiento estableció en el centro Zonas de Tráfico Limitado (ZTL)
cerradas hasta las 18.00 horas (17.00 GMT). Dentro de este horario, solo
pueden circular residentes, transporte público, motos, taxis, vehículos
de alquiler con conductor y coches eléctricos.
Sin
embargo, la ineficacia del transporte público y la falta de carriles
destinados a autobuses hace que el tráfico en la ciudad sea intenso
durante todo el día. La realidad es que quien pasee por las callejuelas
adoquinadas cualquier día de la semana tendrá que esquivar los coches
aparcados incluso en doble fila y apartarse rápidamente cuando escuche a
sus espaldas el sonido del motor para no ser atropellado.
Entidades
como Codacons, que agrupa asociaciones en defensa del medio ambiente,
llevan años denunciando una situación que asemejan a "una jungla".
"La
ZTL debería servir para limitar pero, en realidad, hay tantos coches
que tienen la licencia para entrar que no sirve para nada. Incluso en
zonas donde está vigente, está lleno de coches aparcados salvajemente",
lamenta el presidente de Codacons, Carlo Rienzi.
Los
coches que circulan por el centro de Roma son tres veces más que los
que puede soportar, según los datos que maneja la asociación, que lo
atribuye "sencillamente a la total ineficiencia de la administración
municipal y de los vigilantes urbanos, que no son capaces de poner
sanciones".
Renzi
cifra en 2,3 millones de vehículos los que circulan por Roma, lo que
significa que “se registran 619 coches por cada 1.000 habitantes, más
del doble que París, que cuenta con 250 por cada 1.000”.
Aparte
de que en muchas calles del centro se puede aparcar gratis, en otras
zonas el precio es tan bajo que el efecto disuasorio es casi nulo.
Estacionar en la Via della Conciliazione, por ejemplo, en plena plaza de
San Pedro, cuesta sólo 1 euro por hora y en otras calles aparcar
durante 8 horas sale por 4 euros.
Es
sobre todo la facilidad de moverse en transporte privado lo que lleva a
muchos romanos a abandonar la idea de optar por el transporte público.
“Intenté
venir a trabajar en autobús pero vi que era imposible. Los vehículos
están sucios y, lo que es peor, nunca van puntuales. Así que finalmente
opté por venir en un coche pequeño, que aparco aquí al lado”, explica
Laura, que trabaja en una pequeña tienda de ropa en una callejuela a
unos metros de la plaza Navona.
No
ve con buenos ojos que “los coches pasen por delante cada minuto” pero
lamenta que “no hay otros medios eficaces para moverse”. Y, eso sí,
descarta tajantemente prohibir “del todo” que entren vehículos en el
centro histórico.
“Si
vas a una ciudad como Florencia o Milán, sabes que no puedes ir al
centro con el coche, porque si lo haces te sancionan; pero en Roma,
sabes que puedes ir incluso a las zonas peatonales, porque nadie te hace
nada. Es una jungla. ¿Quién no va a coger el coche?”, se queja Rienzi.
Los
datos de Codacons son de nuevo reveladores: el 70 % de romanos escogen
el vehículo privado para ir a trabajar o al colegio y solo el 30 % va en
transporte público u otros medios.
Este último porcentaje contrasta con el 51 % de londinenses que usa el metro o el autobús o el 64 % de parisinos.
Para
algunos comerciantes como Luca, que vende accesorios en su tienda en
pleno centro de Roma, que circulen o no vehículos “no afecta para nada”
al comercio.
Pero
para algunos restaurantes con terraza, como el que regenta Marco en una
calle paralela a Navona, que la zona fuera peatonal sería “mucho más
tranquilo para los clientes” y “quizás vendría incluso más gente a
comer”.
“Esperamos
ser algún día una ciudad europea. Los romanos estamos muy acostumbrados
a esperar”, concluye con una media sonrisa de resignación.
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