ATENAS.- Un mes después de que el salario mínimo subiese en Grecia
por primera vez desde el inicio de la crisis, alcanzando los 650 euros,
el aumento no insufla demasiada esperanza a los trabajadores, sometidos
a sueldos bajos y precariedad laboral en un mercado altamente
desregulado.
María es secretaria en un centro
cultural privado de la ciudad de Calcís, a 70 kilómetros al norte de
Atenas. Trabaja ocho horas diarias y siempre se queda algún rato extra
para terminar sus tareas, pero con su sueldo, de 628 euros mensuales, no
se reconoce como clase media.
"Vivo en casa de mi madre, no puedo permitirme tener
coche y en mi tiempo libre quedo con mis amigos en casa, rara vez
salimos a comer fuera", cuenta María, de 38 años, que ha preferido
mantener su apellido en el anonimato.
Las facturas
por pagar y los gastos diarios ocupan gran parte de sus pensamientos
pero, aún así, trata de ahorrar un poco cada día para hacer lo que más
le gusta: escaparse al extranjero, un par de veces si el año es bueno.
El salario mínimo ha subido por primera vez desde que, en 2012, se vio
reducido un 22 % a instancias del Fondo Monetario Internacional (FMI),
cuando pasó de 752 euros a 586 euros brutos, 510 en caso de los menores
de 25 años. Ahora ha alcanzado los 650 euros, el 11 % más, y se ha
eliminado la distinción por edad.
María no cree que
este aumento del salario mínimo "solucione el problema de los sueldos"
ni que represente un avance real hacia el respeto de los derechos
laborales, y apunta a la gran carga impositiva que soportan los griegos.
"Cuando un empleador de una pequeña empresa tiene que pagar tantos
impuestos, busca personal no cualificado para pagar el salario mínimo y
todos los jóvenes con un título y otras habilidades se consideran
sobrecualificados", lamenta.
El 72,8 % de los
trabajadores perciben un salario mensual neto inferior a los 1.000 euros
en Grecia, el segundo país de la Unión Europea con más pobreza laboral
(14,1 %), sólo por detrás de Rumanía (18,9 %) y seguido de cerca por
España (13,1 %), según Eurostat.
Jarálambos Tsákalos,
de 42 años, trabaja en una fábrica de biscotes y el aumento del salario
mínimo le supone unos 50 euros más a final de mes, aunque dice que eso
no hace su vida "más fácil".
Durante 12 años y hasta
hace unos días, Tsákalos también regentaba una tienda de embalajes y
cajas en Calcís, que compaginaba con su empleo en la fábrica. La cerró
porque "el mercado está muerto" y los impuestos son demasiado altos.
El Gobierno estima que la subida ha repercutido sobre unos 600.000
trabajadores, además de 280.000 personas que se benefician de forma
indirecta, pues más de una veintena de tipos distintos de ayuda social
están asociadas al salario mínimo interprofesional.
Pese a esto, aún no está claro el impacto que el aumento tendrá sobre el
grueso salarial del país, ni cuánta gente se beneficiará finalmente,
explica el responsable científico del Instituto de Trabajo del
sindicato del sector privado (GSEE), Yorgos Aryitis.
"Existe el riesgo de que contratos a jornada completa se transformen en
contratos a tiempo parcial o que contratos a tiempo parcial de seis
horas al día se reduzcan a cinco para que el patrón no pague el aumento
salarial", alerta.
En Grecia el desempleo juvenil es
del 39,1 %, frente al 18,5 % total. Antonia Jioti, de 28 años, entró al
mundo laboral en plena crisis. Seis años después de terminar sus
estudios en Filología Inglesa ha encontrado su primer empleo a tiempo
completo, en una editorial de Atenas, por el que percibe 750 euros
netos.
Tras diez años de crisis y recortes, este
sueldo, aunque bajo, se percibe como bueno pues el 41,1 % de los
trabajadores cobra menos de 700 euros al mes. De hecho, Jioti cree que
por sus circunstancias este salario le permite llevar una vida "bastante
cómoda", ya que vive en un piso de su familia y no tiene nadie a cargo.
A pesar de ello, hay muchas cosas que no se puede permitir, incluso
servicios básicos como la psicoterapia, casi un lujo que la seguridad
social griega no cubre.
Tsipras sacó pecho con esta
medida, una de sus apuestas para mejorar el mercado laboral tras la
salida del último rescate, en agosto de 2018. La subida despertó
inquietud en los acreedores, que aún tienen a Grecia en el punto de
mira, y también entre la oposición, que tildó la medida de electoralista
porque se da meses antes de unas elecciones que Tsipras afronta con
malas perspectivas.
Seis meses después de la salida
del tercer rescate, María no ve la luz al final del túnel. Considera que
los bajos salarios y la emigración de los jóvenes son "la prueba
perfecta" de que Grecia no está saliendo de la crisis. "Espero que algún
día esto cambie, pero se me ha terminado la esperanza de un futuro
mejor".
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