Las autoridades aeronáuticas de Estados Unidos han andado cortas de
reflejos en el tratamiento de la crisis del modelo 737 de Boeing. La
turbulenta presidencia de Donald Trump prometía ser muy agresiva con la
corrección de las malas conductas económicas, pero en este asunto ha
demostrado que las palabras están muy distantes de los hechos.
Cuando
Estados Unidos ha decidido prohibir el vuelo a los 737 de su
multinacional Boeing que podían estar afectados por unos defectos de
fabricación que habrán de analizar con detalle los expertos (y sobre
todo con objetividad e independencia), ya hay una cincuentena de
administraciones estatales a lo ancho del mundo que han prohibido el
vuelo de este modelo de avión, tras el accidente de Etiopía y el otro
anterior en Indonesia.
Lo sucedido estos días con la reacción de las autoridades
aeronáuticas estadounidenses ha sido todo un ejemplo de falta de
sensibilidad y de respeto a los intereses de la industria aeronáutica,
sobre todo a la millonaria clientela que a diario se sube a los aviones
fabricados por las compañías aéreas más importantes del mundo, desde
Boeing hasta Airbus pasando por algunas otras de tipo medio que también
tienen su cuota de mercado, aunque sea pequeña, en el transporte aéreo
internacional.
Quizás lo más llamativo de la tardía reacción estadounidense con los
problemas del modelo 737 de Boeing haya recordado a muchos lo sucedido
en el año 1979 con el famoso modelo DC-10 de otra importante compañía
estadounidense, la McDonnell Douglas, que se fue a la quiebra en gran
medida como consecuencia de alguno de los accidentes de aquel
prestigioso avión del que se vendieron varios centenares de ejemplares a
compañías de todo el mundo.
La autoridad aeronáutica estadounidense determinó tras el mortal
accidente del DC-10 en el aeropuerto de Chicago (era el tercero con
cientos de víctimas en poco tiempo) la suspensión inmediata de todos los
vuelos del prestigioso avión, un aparato que había inaugurado una nueva
era en la aviación comercial.
Tardó unos 40 días en retomar el vuelo,
una vez solucionados los problemas que se detectaron en los diversos
accidentes que había protagonizado esta aparato, que finalmente quedó
fuera de servicio tras llevarse por delante a la compañía fabricante
(finalmente absorbida por Boeing) y la buena imagen de los aparatos de
grandes dimensiones, capaces de volar más de 10.000 kilómetros sin
repostar.
Lo sucedido estos días con el modelo de Boeing tiene de todas formas
su principal trascendencia en el hecho de que el Gobierno de Estados
Unidos haya reaccionado con excesiva lentitud. Es una muestra nueva de
la forma de gobernar que está caracterizando a la Administración Trump.
Apenas hay precedentes de este tipo de conductas, aunque resulta
inevitable recordar la retirada del único avión supersónico comercial
fabricado y explotado conjuntamente por Francia y Gran Bretaña, el
Concorde, que estuvo en servicio durante más de 40 años sin un solo
accidente digno de mención hasta que el fatal accidente del aeropuerto
parisino de Orly acabó con su brillante existencia.
Los dos países
decidieron dar por terminado el largo y exitoso experimento a pesar de
que el tremendo accidente parisino nunca fue atribuido a defectos en el
aparato sino a una serie de circunstancias casuales de difícil
repetición. Aún así, el avión entró de forma inmediata en los museos.
(*) Periodista y economista español
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