BRUSELAS.- En 2017, con Donald Trump
recién instalado en la Casa Blanca, Bruselas mandó el mensaje de que el
nuevo socio estratégico para la Unión Europea estaba lejos de
Washington y lejos de las cancillerías tradicionalmente amigas para el
viejo continente: tocaba mirar a Beijing, expone hoy el digital español El Confidencial en su crónica desde Bruselas.
Europa acababa de quedarse huérfana, con un
presidente en Estados Unidos que ya no apoyaba el proyecto europeo y que
ni siquiera garantizaba la seguridad del continente, un Washington que
rompía con los compromisos climáticos del Acuerdo de París, y que ponía
en riesgo la supervivencia del sistema multilateral.
En ese momento China parecía ser una buena alternativa. No solo porque cualquier opción pareciera una buena idea ante unos EEUU que ahora generaban mucho rechazo, sino porque Xi Jinping y Beijing se sentían cómodos sabiendo que ahora eran, de alguna forma, aceptados por occidente.
Pero desde entonces han pasado varias cosas. La primera, explica
Miguel Otero, analista del Real Instituto Elcano que lleva años
estudiando las relaciones entre Europa y China, es que Xi Jinping ha reforzado su poder mucho más,
con una reforma de la constitución que lo afianza de forma definitiva.
"Eso ha asustado a mucha gente en Europa, y se han dado cuenta de que al
final China no se iba a abrir", explica el experto.
Un grupo de países en la Unión Europea tenían la esperanza de que por la vía económica el gigante asiático se acabara abriendo.
Eso no ha ocurrido, y desde que en 2001 China entrara en la
Organización Mundial del Comercio (OMC), Europa tiene una serie de pegas
hacia Beijing: hay una falta de transparencia, una serie de políticas
industriales y medidas no arancelarias que discriminan a las empresas
extranjeras, sigue existiendo una fuerte intervención gubernamental en
la economía y existe una protección deficiente de los derechos de
propiedad intelectual.
La segunda razón que ha provocado este cambio de actitud hacia Beijing es el hecho de que haya aumentado su influencia en Europa.
A través de proyectos como el de la "Nueva Ruta de la Seda" China ha
estado adquiriendo empresas tecnológicas en países como Alemania. Berlín
"ha descubierto que estaba demasiado abierta a China cuando ella no
estaba abriendo su mercado interno", señala Otero.
Hay una tercera
razón, y es la dirección que ha tomado China en dirección radicalmente
contraria a la que propone una UE que tiene en la protección de datos y
privacidad uno de sus principales objetivos. En mayo de 2018 Beijing puso en marcha un sistema de "crédito social", en realidad un método de control para premiar o castigar a los ciudadanos dependiendo de su comportamiento.
China
es, a la vez, un socio y un enemigo estratégico. "China siempre ha sido
un socio, pero también un desafío. En los últimos años, se ha vuelto
cada vez más claro que China quiere moldear activamente la política
global”, explica a El Confidencial Jo Leinen, presidente de la delegación de la Eurocámara para las relaciones con China.
Infraestructuras críticas
La
última oleada de preocupación que ha llegado a Europa respecto a China
ha sido en relación al segundo punto. Los Estados miembros de la UE han
estado muy abiertos a las compañías chinas, permitiendo inversiones en sectores estratégicos, y ahora existe una preocupación a nivel europeo por la posibilidad de que Beijing controle infraestructuras críticas.
La
primera voz de alarma que sonó de forma firme en la Unión Europea data
únicamente de finales de 2018. "¿Tenemos que estar preocupados por
Huawei y otras compañías chinas? Sí, creo que tenemos que estar
preocupados", aseguró entonces Andrus Ansip, vicepresidente de la
Comisión Europea a cargo del Mercado Único Digital.
La desconfianza global hacia Huawei llegó a Europa a principios de 2019,
cuando Polonia detuvo a un ejecutivo de la compañía en Varsovia bajo
cargos de espionaje. El asunto pasó a estar en lo alto de la agenda de
prioridades de la UE: otros países habían cerrado ya sus redes de 5G a
la tecnología de la compañía asiática y ahora el mercado europeo
comenzaba a moverse. Pero no por igual: cada país actúa a su manera, y hay desde los que vetan completamente a Huawei hasta los que no piensan hacerlo.
El
Consejo Europeo pidió el 22 de marzo a la Comisión Europea una
estrategia para decidir cómo abordar el asunto de forma más o menos
conjunta. El Ejecutivo comunitario desveló el plan el miércoles de esta
semana, y consiste, básicamente, en que los Estados miembros
compartan información de forma continua sobre los posibles fallos de
seguridad. En octubre realizarán un análisis coordinado de riesgos y un año después verán si es necesario tomar más medidas.
La Comisión Europea ha hecho así oídos sordos a la exigencia de Estados Unidos de cortar la presencia de Huawei en el 5G europeo. Eso sí: deja abierta la posibilidad de que cada Estado miembro tome sus propias decisiones al respecto.
En febrero el Parlamento Europeo aprobó un sistema de
evaluación de inversiones extranjeras, con el claro objetivo de analizar
las provenientes de China para poder proteger las
infraestructuras críticas en Europa. Con este nuevo sistema la Comisión
Europea escaneará las inversiones en sectores estratégicos y dará su
opinión sobre si suponen o no un riesgo.
"No estamos buscando
obstruir las inversiones extranjeras. Es esencial para los países
europeos, lo necesitamos. Consiste en prestar atención a las inversiones
que son extrañas, que no tienen un sentido económico sino político",
aseguró entonces Franck Proust, el eurodiputado que impulsó el dosier.
Varios
países europeos tenían ya sistemas de escaneo de inversiones en 2018, y
de hecho esa es una de las razones que se suele barajar cuando se habla
de por qué las inversiones chinas continuaron cayendo en 2018.
Hay
razones internas, como el hecho de que haya una menor liquidez en el
sistema financiero chino, que explican la reducción de la actividad
exterior del gigante asiático. Y no solo en Europa, sino a nivel global.
Pero los expertos apuntan sobre todo a la importante incidencia que
tiene la actitud crítica en las economías avanzadas hacia la presencia
comercial china y las reformas regulatorias que le han seguido, como los
mayores controles sobre inversiones.
En 2018 las
inversiones directas chinas cayeron hasta los 17.300 millones de euros,
un descenso del 40% respecto a 2017 y un desplome de más del 50%
respecto al pico de 2016, cuando se alcanzaron los 37.000
millones de inversiones directas en Europa.
El 45% de las inversiones
chinas en 2018 fueron a parar únicamente a tres manos: Reino Unido
(4.200 millones), Alemania (2.100 millones) y Francia (1.600 millones),
que son a la vez, curiosamente, los países más duros con los países que
quieren ahora estrechar sus lazos comerciales con Beijing.
El debate italiano
Italia está ahora en el ojo del huracán. Roma puso alfombra roja para recibir a Xi Jinping hace ahora una semana
y acordaron que el país se una a la "Nueva Ruta de la Seda", el plan
puesto en marcha por Beijing en 2013 y que, por ahora, solo ha logrado
reclutar al Gobierno italiano.
El resto de la Unión Europea ha recriminado a Roma este movimiento. "Esto se está exagerando demasiado",
asegura Otero, que señala que los mismos que más recriminan a Italia su
movimiento, es decir Alemania y Francia, son "los que tienen una
interlocución constante con los chinos", y Beijing "invierte muchísimo
en esos países, ha comprado muchísimas tecnologías de estos Estados
miembros que le han entregado todo".
"China no sería lo que es
hoy si no fuese por toda la transferencia de tecnología que ha recibido
de Alemania, Francia y otros países", subraya el experto de Elcano.
Italia está, básicamente, buscando alternativas. Mientras Berlín o
París tienen encuentros continuos con los asiáticos, países más pequeños
tienen que buscar un formato fijo de interlocución con los chinos, y la
iniciativa de la "Nueva Ruta de la Seda" es un ejemplo. "Italia está en
dificultades, todo el mundo lo sabe, ahora mismo tiene mucha presión
del centro de la unión, y quiere mostrarles que tiene alternativas, y
esa lógicamente es China", señala Otero.
En cualquier caso, las inversiones chinas se han diversificado. Si en 2018 Berlín, París y Londres acaparaban el 45%,
que ya es una cifra alta, eso sigue representando una importante caída
respecto a 2017, cuando estas tres capitales eran el objetivo del 71% de
las inversiones del gigante asiático.
Pero Roma no mira hacia Beijing de forma automática: antes se ha tenido que quedar sin alternativas,
y ese es uno de los problemas de fondo que destaca el analista. "Creo
que esto demuestra al centro que no puedes descuidar la retaguardia, que
en el sur has sido muy ortodoxo, no has invertido y ahora buscan otros
inversores", asegura.
En esa misma línea insistió este mismo
martes uno de los personajes más díscolos de la Unión Europea, el
exministro de Finanzas griego Yanis Varoufakis. "Somos idiotas. No
culpes a los chinos por esto. Nosotros hemos creado un vacío y los
chinos están rellenándolo", aseguró el heleno durante una charla en
Bruselas.
El futuro del equilibrio
El mundo que está por
venir será complejo. Probablemente partido en dos: por un lado, Estados
Unidos y por el otro una China que promete tomar la delantera solo en
algunos años. Y en medio la Unión Europea, que tendrá que decidir qué
hace.
El peor escenario, asegura Otero, es el de una UE separada entre los países que prefieren alinearse con los Estados Unidos y aquellos que creen que China es el futuro.
Así que las opciones viables con las que cuenta el bloque europeo es
caer de uno u otro lado, y la que más probabilidades tiene es la más
europea de todas: mantener un delicado equilibrio justo en el centro,
ofreciendo una mano a Washington y la otra a Beijing.
No lo tendrá fácil, entre otras cosas porque si algo demuestran los
últimos roces con China es que es muy difícil mantener una posición
unida en Europa, especialmente cuando hay problemas internos, como el de
inversión, a los que no se le dan respuestas internas, obligando a
algunos países a buscar apoyo fuera.
Un ejemplo del riesgo de este
doble juego está en Portugal. Durante el rescate se obligó a Lisboa a
privatizar su red eléctrica y a vender el 40% a licitadores
internacionales. El 25% acabó en manos chinas para el enfado de los
mismos que habían obligado al gobierno luso a privatizar la compañía.
Ahora algunos países que no se habían planteado esto hasta este momento, como por ejemplo Alemania, comienzan a entender que, quizás, es conveniente que el Estado mantenga el control sobre algunas infraestructuras críticas.
Otero
lo ilustra como una conversión a la inversa. "Así como los franceses se
convirtieron en más alemanes, ahora los alemanes se están convirtiendo
en más franceses", señala. Se refiere al giro de François Mitterrand,
presidente francés, que a comienzos de los años 80 defendía una agenda
basada en la nacionalización, y que, a partir de 1983, él y su Gobierno
descubren que el mercado interior es una oportunidad para París y las
empresas francesas.
"Cambiaron el chip, ahora quizás estemos viendo la misma cosa al revés en Alemania.
Descubrir que tienes que dirigir más, a la francesa, con una mayor
presencia del Estado", señala el experto de Elcano.
"En el ADN francés
siempre ha estado presente que algunas empresas públicas clave hay que
tener", explica Federico Steinberg, también investigador principal del
Elcano.
La fórmula del futuro promete ser enormemente complicada para la UE.
Por un lado, deberá decidir si cambia su mentalidad para
"afrancesarla", permitiendo una mayor presencia del Estado en la
economía y admitiendo que hay actores globales a los que no se les
pueden establecer muchas trabas comerciales y que no se rigen por las
normas de competencia que gobiernan Europa.
A la vez Europa debe decidir qué postura toma en el tablero mundial: alinearse con EEUU tendrá consecuencias importantes, y hacerlo con China también. La mejor carta para la UE es mantenerse en el centro, pero es también la más complicada de ejecutar.
"Europa necesita formular claramente sus intereses y perseguirlos en sus relaciones con nuestros socios. Por lo tanto, acojo
con satisfacción el nuevo lenguaje claro hacia China, que no está
cerrando puertas, sino diciendo abiertamente cuáles son nuestros valores
y expectativas", explica Leinen, que pide mantener ese
delicado equilibrio: "Al mismo tiempo, Europa no debería seguir
ciegamente algunas de las recientes iniciativas de la administración
estadounidense".
Por último, el bloque europeo tiene que
modernizar su economía si quiere sobrevivir a la cuarta revolución
industrial siendo un actor relevante a nivel global, a la vez
que debe tratar de unificar sus posturas en cuanto a la interpretación
del papel europeo en el mundo que está por venir.
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