ESTRASBURGO.- La Unión Europea que hoy conocemos se parece poco a la de 2014. Ha sido un lustro que ha transformado completamente el proyecto europeo y la forma de entenderlo.
Ha vivido en una “policrisis” y uno de los miembros ha decidido
abandonar el club. En una situación así, ¿qué se puede esperar de la
Europa del futuro?, se pregunta hoy El Confidencial, de Madrid.
Lo empezaremos a descubrir cuando conozcamos los resultados de las elecciones europeas, que se celebran entre el 23 y el 26 de mayo y que nos darán la composición del próximo Parlamento Europeo, que se constituirá el próximo 2 de julio.
Hay numerosas amenazas que se ciernen sobre el proyecto europeo en el futuro. La primera y más obvia, porque de hecho tendrá un efecto directo sobre el resultado de los comicios europeos, es la sacudida nacionalista.
Aunque los miedos iniciales a que los euroescépticos pudieran llegar a unificarse en un solo bloque están ya diluidos, lo que está claro es que ganarán enteros en la próxima Eurocámara,
y que buscarán estar divididos solo en dos bloques, en vez de en un
buen puñado de pequeños grupos aislados en el Parlamento Europeo.
Estas elecciones cambiarán las reglas del juego porque, a diferencia de lo que han hecho hasta ahora, su idea no es hacer eclosionar la UE desde fuera, sino entorpecer su funcionamiento desde dentro y cambiarla. Y eso es más peligroso para la Eurocámara: significa que a diferencia de en las pasadas legislaturas, los eurodiputados euroescépticos pueden ser más activos.
Hasta este momento, aunque hubiera un buen número de eurófobos en el Parlamento Europo, estos no tenían demasiada repercusión: sí, montaban ruido, especialmente en los Plenos, pero poco más.
El resto del tiempo muchos de ellos se pasean por los pasillos, toman
cervezas en las cafeterías del Parlamento y pocas veces se dejan ver en
los sitios donde realmente se realiza el trabajo en la Eurocámara: en
las reuniones de comisión. Tampoco suelen hacerse cargo de dosieres, ni
lideran propuestas legislativas. Es decir, su impacto es muy bajo.
Eso
puede cambiar, y de hecho podría ser el cambio más importante respecto a
la legislatura 2014-2019, incluso más relevante que un aumento de
escaños de las fuerzas eurófobas.
A muchos les sorprende la facilidad con la que en la Eurocámara se llega a acuerdos entre partidos que por lo demás son totalmente distintos. Es una de las señas de identidad del Parlamento Europeo, la capacidad de tender puentes entre fuerzas políticas diferentes.
La
incertidumbre que ahora rodea a la constitución del próximo hemiciclo
es cuántos partidos serán necesarios para hacer que la maquinaria
funcione.
En el mapa de la actual Eurocámara solo hace falta que
populares y socialistas se pongan de acuerdo, pero estos dos tienen
muchos puntos en común y de apoyo con los liberales, y en algunas
ocasiones también con los verdes.
Todas las apuestas dicen que el próximo Parlamento Europeo se gobernará con un acuerdo entre populares, socialistas y liberales, pero recientemente el líder de los socialdemócratas puso encima de la mesa la opción de una mayoría alternativa,
en la que ellos llegarían a un acuerdo con liberales, verdes y parte de
la izquierda radical. Es algo improbable y sería la primera vez que la
mayoría no fuera una gran coalición.
Los efectos de esta mayor colaboración entre partidos puede ser positiva:
ampliará la visión de Europa e incluirá elementos que hasta ahora no
estaban tanto en la agenda, como pueden ser visiones más ecologistas de
los verdes o más federalistas de los liberales.
El
temor está en cómo afectará en el día a día de la institución el
esperado aumento de las fuerzas euroescépticas. Si consiguen organizarse
y trabajar de forma coordinada pueden incordiar a la coalición
dominante, pero a la vez puede ayudar a que se busque una agenda más
amplia que incluya a más partidos en el liderazgo de la actividad de la
cámara.
Por mucho que el Parlamento
Europeo vaya a verse sacudido por las elecciones, lo que se espera es
que la Eurocámara siga funcionando sin problemas, que se llegue a un
acuerdo de coalición que dé estabilidad y certezas.
Sin embargo,
el resto de Europa será otra historia. Las elecciones continentales no
se consideran importantes únicamente por el resultado de los comicios,
sino por la capacidad de dar comienzo a una nueva etapa en el proyecto europeo, tras un lustro de crisis y desilusiones.
Y no hay muchas esperanzas. Los nacionalpopulismos han llegado para quedarse,
incluyendo parte de sus prioridades en la agenda política europea, y
nadie descarta que su crecimiento continúe y puedan dominar más
gobiernos.
El reto para Europa será enorme: con la economía
enfriándose, la UE deberá navegar por un mar muy picado, donde tendrá
que ir esquivando crisis profundas como es el ataque al Estado de derecho en Polonia y Hungría,
a la vez que debe completar el proceso del Brexit, tratar de reformar
la Eurozona y cruzar los dedos para que una nueva crisis migratoria no
vuelva a poner contra las cuerdas a la zona Schengen.
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