NUEVA YORK.- La
industrialización africana es de lo más importante que está sucediendo
en el mundo actualmente. Este amplio continente, que alberga a más de
1.200 millones de personas, es el hogar de una porción de la población
mundial que aún está atrapada en la pobreza extrema. Para
2030, el Banco Mundial pronostica que casi todas las personas en
pobreza extrema vivirán en el África subsahariana. La razón es doble.
En
primer lugar, la población de África está creciendo rápidamente.
En
segundo lugar, África se ha rezagado en la industrialización necesaria
para generar empleo masivo.
La falta de gobiernos sólidos y estables -un
legado del colonialismo- ha dificultado la operación de los sistemas de
educación, infraestructura, jurídicos y demás sistemas públicos que
ayudan a preparar a los países para el salto que existe entre la
agricultura de supervivencia y el trabajo industrial.
Las agencias bien
intencionadas de Occidente y las entidades de desarrollo internacional
no pudieron llenar esta brecha. Entretanto, países del Extremo Oriente y
del sureste asiático se convirtieron en las fábricas del mundo antes de
África.
No
obstante, llegar tarde no significa no llegar. Los crecientes costos de
la mano de obra en China y la amenaza de los aranceles de Estados
Unidos finalmente han obligado a los fabricantes a diversificar sus
cadenas de suministro.
Algunas de sus fábricas serán trasladadas a
Vietnam y Bangladesh, dos estrellas en alza del mundo en desarrollo. Sin
embargo, estos países no son lo suficientemente grandes como para
remplazar a China, lo que significa que si los fabricantes realmente
quieren mantener costos bajos, muchos deberán mirar hacia África.
Este
proceso ya está bien avanzado. En su libro "The Next Factory of the
World: How Chinese Investment Is Reshaping Africa" (La próxima fábrica
del mundo: cómo la inversión china está reformando a África), Irene Yuan
Sun -investigadora de McKinsey & Co.- describe la ola de inversión
china que se evidencia en el continente africano.
A menudo, esta
inversión es omitida por la prensa internacional, la cual tiende a
enfocarse en los proyectos y los préstamos respaldados por el gobierno
de China. No obstante, lo que Sun describe es algo distinto: empresarios
chinos que se mudan a África y construyen fábricas de propiedad
privada.
En
2017, el equipo de investigación de Sun estimó que existen cerca de
10.000 de estas fábricas en el continente.
Seguramente esta cifra es aún
más alta hoy en día. Nigeria, Zambia, Tanzania y Etiopía cuentan con
las concentraciones más amplias, pero muchos otros países entran en la
lista. Si bien China aún presenta menos capital total invertido en
África que en otras regiones, está ganando terreno rápidamente:
Esta
inversión extranjera directa -y la manufactura de manera más general-
es una de las razones por las que África está en pleno impulso:
La
imagen que pinta Sun sobre el capitalismo chino en África no siempre es
bonita. Cita anécdotas de corrupción, contaminación, exceso de trabajo,
lesiones y el desdén de los gerentes por los trabajadores locales,
fenómenos que parecen universales para todos los países en las primeras
etapas de la manufactura.
Pero Sun argumenta con ímpetu que este
desagradable y costoso proceso sigue siendo la única manera en que los
países pueden escapar de la pobreza.
Los
programas de liberalización y desregulación que ofrecieron los países
occidentales en los años 1990 bajo el nombre del Consenso de Washington
no lograron los resultados deseados. La ayuda al desarrollo por parte de
los países ricos ha hecho algo realmente bueno (y ocasionalmente algo
malo) en África, pero no ha sido suficiente para cambiar las condiciones
económicas básicas del continente. Y con algunas pequeñas excepciones
como Botswana, los recursos naturales generalmente han sido más una
maldición que una bendición.
Lo único que, de manera confiable, parece
transformar a los países pobres en países ricos sería el llamado
paradigma de los gansos voladores -la idea de que la manufactura se
mueve en oleadas, buscando la próxima base de producción económica y
políticamente estable.
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