Cuidado con ampliar las prórrogas ya concedidas para el Brexit (12 de abril, 22 de mayo). Al menos sin contrapartidas férreas, indubitables. Y por ello, casi imposibles.
El riesgo es enorme: que una nueva prórroga sea inútil, salvo para
emponzoñar a la Unión Europea (UE), importando el caos y la parálisis
del otro lado del canal.
Europa está avisada del peligro. Ha tratado día a día dos años largos
con un Gobierno, el de Theresa May, que ni orienta ni gobierna.
Incumple la primera condición para hacerlo, exhibir una mínima unidad
interna. Y la segunda, cumplir lo que firma (el Acuerdo de Retirada).
Trata además, oblicuamente, con una élite política irresponsable y
fragmentada: los Comunes nos solazan con su espectáculo de retórica
democrática. Pero todo lo arruinan con su esterilidad, que les ha impedido (al menos hasta hace poco) trazar el menor horizonte constructivo.
Y los 27 dialogan con un país-socio, el entero Reino Unido, que no
sabe ya lo que quiere. Y difícilmente lo sabrá, de no mediar un acuerdo
intrapartidario amplísimo; un segundo referéndum; unas elecciones... o
dos de esas tres medidas.
El riesgo de parálisis se oteaba a cada incumplimiento,
cada negación, cada tropiezo de May: su pacto suma tres derrotas en el
Parlamento y dos peticiones de ampliación. El cúmulo de desconfianzas ya
creado —aunque la diplomacia sea siempre cortés— es tal que toda opción
encierra factores peores que su alternativa. Y al revés.
Hay que agradecer al ultrachovinista católico Jacob Rees-Mogg que haya puesto el veneno en la flecha. Propone aprovechar la generosidad europea con los plazos para boicotear desde dentro a la UE.
Aduce que no se ha comportado “con una cooperación sincera durante
las negociaciones” por despreciar la unión de su reino (pues protege la
cohesión económica de la isla irlandesa). Menudo cemento.
Podría la ponzoña prosperar. Y paralizar a Europa. Tras las
elecciones del 26 de mayo deben cambiar los principales cargos
comunitarios (Comisión, Parlamento...). No se exige unanimidad, pero la
fuerte mayoría cualificada requerida facilita la labor de topo de
cualquier saboteador.
Sí se exige para el presupuesto septenal (2021-2027), en proceso de
discusión; y aunque se pudiera forjar un acuerdo a 27 para aplicarlo una
vez Londres estuviese fuera, sometería a las instituciones a un enorme
estrés y a una estúpida distracción. Al albur, para más inri, de
reforzar a los populismos (sobre todo si los brits participasen en las elecciones del 26-M), hoy temporalmente castrados en el forcejeo del Brexit.
Un compromiso de abstención en esos asuntos clave ¿qué garantías ofrecería?
Además, no estamos solos. El mundo necesita de la fuerza sensata de
la UE ante amenazas comerciales, económicas y geoestratégicas
crecientes.
El atildado Rees-Mogg ha aflorado un dilema hasta hoy impensable: hay un escenario peor que el no deal, la ruptura del Reino Unido con la UE mediando desacuerdo. Y es la no Union, la no-Europa.
(*) Periodista español
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