ESTAMBUL.- Todas las medidas impopulares para
después de las elecciones. Es una actitud habitual de los políticos, y
fue incluso la estrategia del Gobierno turco anunciada antes de los
comicios municipales del pasado 31 de marzo: con una economía frágil y
el paro creciendo, cualquier ajuste hacía perder votos.
Dos
semanas después, todavía no se han tomado las medidas, en parte porque
las elecciones aún no han terminado, indica el economista Emre
Deliveli: la alcaldía de Estambul, ganada, según los resultados
preliminares, por el partido socialdemócrata CHP, en la oposición, sigue
pendiente de las impugnaciones.
El partido islamista AKP, que gobierna Turquía desde
2002, perdió por un margen de unos 23.000 votos, reducido a apenas
14.000 tras el recuento de los votos nulos, pero en lugar de conceder la
derrota ha anunciado su intención de pedir una repetición de las
elecciones.
"Si el AKP hubiera ganado Ankara y
Estambul, ya habría implementado un paquete fiscal ortodoxo, pero
mientras piensa en nuevas elecciones intentará incentivar la economía
para contentar al votante, aunque no creo que funcione", analiza
Deliveli.
El ministro de Economía, Berat Albayrak,
yerno del presidente, Recep Tayyip Erdogan, anunció el jueves pasado un
esbozo del paquete de reformas largamente esperado: una inyección de
dinero a los bancos, el fin paulatino de exenciones fiscales y una
reducción de los impuestos corporativos.
Cuando el
ministro presentó el plan, el viernes pasado, ante una selecta audiencia
en Washington, la lira turca reaccionó con una caída de casi el 2 %,
intensificando la paulatina pérdida de valor registrada en el último
mes.
El fin de semana se estabilizó en los 6,5
unidades por euro, el peor valor desde que octubre, cuando se recuperó
del descalabro del verano pasado.
La nueva tendencia
bajista se debe en parte a la desconfianza de los inversores tras una
investigación en Turquía contra el banco JP Morgan por un informe que
desaconsejaba invertir en liras.
Esto suscitó
preguntas en los foros economistas turcos sobre la solidez de Estambul
como centro bursátil internacional y sobre si los inversores deben
autocensurar sus análisis.
Aunque la inflación se
mantiene bajo control con un 19,7 % en marzo frente al 25 % de octubre
pasado, la tasa de desempleo de enero, hecha pública el lunes pasado, ha
alcanzado un 14,7 %, la cifra más alta desde 2009.
El
dato refleja los efectos de medio plazo de la crisis de agosto pasado
que, lejos de haberse superado, sigue forzando el cierre y el concurso
de acreedores de numerosas empresas.
La caída de valor
de la lira ha impulsado las exportaciones turcas, ahora más
competitivas que antes, pero el efecto positivo es limitado, porque
Turquía necesita importar gran parte de materias primas y piezas para
los productos que vende fuera.
Los analistas turcos
coinciden en que la única salida es un duro paquete de austeridad en la
línea del Fondo Monetario Internacional (FMI), aunque ven probable que
se adopte sin recurrir a la propia institución: Erdogan lleva años
proclamando con orgullo que Turquía no necesita al FMI.
Pero no es probable que las medidas se apliquen antes de aclararse qué ocurre con la alcaldía de Estambul.
Ceder
la metrópoli del Bósforo, que lleva 25 años bajo control del AKP y sus
precursores, no solo sería un golpe simbólico: también significaría
perder el acceso a un presupuesto municipal de unos 7.000 millones de
euros, el 6 % del presupuesto nacional.
Un dinero que,
según denuncia el diario opositor Sözcü, se ha utilizado profusamente
para financiar organizaciones sociales, educativas y caritativas
cercanas al AKP.
Pero además, Estambul, ciudad de 16
millones de habitantes (el 20 % de la población turca) produce el 30 %
del PIB de Turquía y es una plaza vital para las grandes constructoras y
las empresas de infraestructuras, el sector que, gracias a los encargos
públicos, lleva años dinamizando la economía del país.
Retener
Estambul a toda costa es, así, una consigna del 'ala dura' del AKP, que
en estos momentos lleva la voz cantante y exige a Erdogan presionar a
la Comisión Electoral (YSK) para anular los resultados electorales, cree
Deliveli.
Pero, según el economista, Erdogan puede
ser consciente de que los daños de una nueva cita electoral, tanto en lo
que atañe la percepción pública del AKP como la economía, pueden ser
mayores que los beneficios, porque "hasta los votantes del AKP saben que
las elecciones eran limpias".
A esto se añade la
tensión con Estados Unidos por la compra de un sistema antimisiles S-400
a Rusia, duramente criticado por Washington, que ha llegado a amenazar
con sancionar a Turquía.
Deliveli cree que el conflicto se apaciguará, "porque Erdogan actúa de forma racional, aunque veces "necesita un empujoncito".
Asumir
los resultados electorales en Estambul y recuperar buenas relaciones
con Washington no eliminaría la necesidad de reformas estructurales
dolorosas para la población turca, pero sentaría unas bases de confianza
y estabilidad.
"Si me equivoco y Erdogan no elige ese
camino, el descalabro de la economía turca puede ser similar al que
vimos en verano pasado", vaticina el economista.
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