PARÍS.- El fuerte incremento de la deuda de muchos países de
bajos ingresos, con nuevos acreedores poco transparentes como China,
supone una amenaza para las crecientes necesidades de financiación del
desarrollo y para la estabilidad global.
Este fue el
mensaje más repetido en el Foro de París, que este martes reunió a
ministros y representantes de una cuarentena de países, de
organizaciones internacionales, ONG y entidades financieras privadas
para hablar de los retos de ese aumento del endeudamiento.
La directora ejecutiva del Fondo Monetario Internacional
(FMI), Christine Lagarde, explicó que para cumplir los objetivos del
desarrollo sostenible los países pobres necesitarán medio billón de
dólares de aquí a 2030, lo que supone de media un 15 % de su producto
interior bruto (PIB).
El "desafío" que representa
para ellos captar todo ese dinero entraña el riesgo de una deuda que ya
da signos de descontrol tanto por su volumen como por las condiciones
-con mucha frecuencia opacas- que fijan los acreedores.
Se trata de contratos que, en caso de impagos, permiten al acreedor
tomar el control de recursos naturales (en primer lugar el petróleo) o
infraestructuras críticas como puertos y aeropuertos.
Según Lagarde, actualmente un 43 % de los países de bajos ingresos tienen un nivel peligroso de deuda, frente al 21 % en 2013.
Los países pobres muy endeudados que se beneficiaron en el pasado de
operaciones de reestructuración del Club de París -organismo que reúne a
los principales acreedores públicos- han visto aumentar su deuda
pública del 45 % de su PIB en 2007 al 72 % en 2016.
Para el ministro francés de Finanzas, Bruno Le Maire, "hay que aportar
inmediatamente soluciones para una financiación sostenible" que evite la
inestabilidad financiera global, y que garantice una equidad entre los
inversores, sin la cual las pérdidas para las empresas europeas está
siendo de "decenas de miles de millones de euros".
Y
eso pasa -según Le Maire- por que los principales acreedores asuman y
respeten las reglas internacionales en la materia, y en particular China
que se ha convertido en el gran banco de muchos países en desarrollo en
África, Asia o América.
Tanto el ministro francés
como Lagarde se felicitaron del primer paso dado la semana pasada por el
presidente chino, Xi Jinping, al comprometerse con mecanismos de
transparencia y de sostenibilidad de la deuda en los proyectos de
infraestructura que va a financiar en las llamadas Nuevas Rutas de la
Seda.
El gran reto es que eso vaya seguido de efectos
y que Pekín, además de otros países que están cobrando mayor
importancia como prestamistas del desarrollo -como Turquía o Arabia
Saudí-, se impliquen en el proceso de evaluación que ya tiene en marcha
el FMI y el Banco Mundial (BN), y que se publicará en junio.
Porque como señaló el ministro japonés de Finanzas, Taro Aso, cuyo país
ejerce este año la presidencia del G20, "los préstamos bonificados y la
falta de transparencia" en los contratos "hacen más vulnerables los
países de bajos ingresos".
El secretario general de
la OCDE, Ángel Gurría, hizo notar que con la experiencia de la crisis
financiera que estalló hace ya más de una década, lo primero que hay que
hacer es "avisar" sobre las amenazas que representan los abultados
niveles de deuda y su perfil.
Lagarde reconoció que
este ejercicio de mentalización se vería facilitado si se despejaran las
tensiones comerciales que se han vuelto a avivar entre Estados Unidos y
Pekín, países que no estuvieron representados en París por sus
ministros.
A su parecer resulta "imperativo" que esas
tensiones entre Pekín y Washington se resuelvan de forma satisfactoria
para todos porque en este momento "son la amenaza para la economía
mundial".
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