MOSCÚ.- El
fin de semana pasado, Rusia lanzó el último de una nueva serie de
rompehielos cuyo objetivo es consolidar el dominio del país sobre el
tráfico comercial por el Ártico. Mientras mucho del resto del mundo
reconoce el cambio climático como una emergencia, Rusia está trabajando
duro para aprovecharlo, y Estados Unidos parece quedarse atrás.
El
rompehielos Ural, lanzado desde el Astillero Baltic en San Petersburgo,
es el tercer y último barco, por lo menos por ahora, del Proyecto
22220. Los otros dos, el Artika y el Sibir, fueron lanzados en 2016 y
2017; se espera que el Artika entre en servicio este año.
Estos
poderosos barcos, capaces de romper hielo de hasta tres metros de espesor
para limpiar obstrucciones en las rutas marítimas, son los primeros
rompehielos nucleares diseñados en Rusia desde el colapso de la Unión
Soviética y totalmente construidos en tiempos postsoviéticos.
La actual
flota nuclear de rompehielos es vieja, construida principalmente en las
décadas de 1970 y 1980, y la mayor parte ya no es funcional. El gobierno
ruso espera reemplazarla con los nuevos barcos gigantes, a fin de que
lo que Rusia llama la Ruta del Mar del Norte sea navegable todo el año,
no solo unos cuantos meses.
La
Ruta del Mar del Norte va por la línea costera del Ártico de Rusia,
desde el mar de Barents en el oeste hasta el estrecho de Bering en el
Este. Reduce los envíos de carga entre Europa y Asia entre 10 a 15 días
en comparación con los envíos por el Canal del Suez. El gobierno ruso
reclama el derecho a regular toda la ruta, aunque no toda pasa por aguas
territoriales del país, definidas como 200 millas náuticas desde la
costa.
La
insistencia de Rusia en que todo el tráfico por el Ártico requiere el
permiso de Moscú ha irritado por mucho tiempo a EE.UU. Rusia, mientras
tanto, ha invertido en la apertura y la reapertura de bases militares
por toda su costa del Ártico. Diez campos aéreos militares en desuso han
sido reabiertos, y otros trece están en construcción.
Por ahora, las
bases cubren casi toda la línea costera y, de ser necesario, están
listas para proteger o interrumpir cualquier tráfico por la Ruta del Mar
del Norte. En un clásico caso de lucha de grandes potencias — ¿quién
tiene más herramientas?—, EE.UU. se enfrenta a una "brecha de
rompehielos" en comparación con Rusia.
La
razón de esta brecha podría basarse en los diferentes enfoques de ambos
países respecto al cambio climático. EE.UU. oscila entre reconocerlo
como una emergencia y, bajo la presidencia de Trump, el escepticismo
total. El presidente ruso, Vladimir Putin, por su parte, ha manifestado
dudas de que la actividad humana sea una causa del cambio climático,
pero no niega que esté ocurriendo.
La
actitud de Putin es que las personas no pueden hacer mucho para detener
el cambio climático, por lo que la adaptación es una apuesta a largo
plazo. Aunque reconoce que las inundaciones y las sequías frecuentes
resultantes del cambio climático pueden perjudicar la agricultura rusa,
también ve oportunidades resultantes de un clima más cálido, como un
Océano Ártico más navegable.
La
Marina de EE.UU. ha estimado que, a pesar del derretimiento gradual del
hielo polar, el Ártico "seguirá siendo imposible de navegar para la
mayoría de los barcos comerciales durante la mayor parte del año", hasta
por lo menos 2030, debido al impredecible movimiento del hielo marino.
El Kremlin ha decidido no esperar tanto, en un movimiento simultáneo por
asegurar la Ruta del Mar del Norte invirtiendo en la flota de
rompehielos (los barcos para el Proyecto 22220 son construidos por una
empresa estatal) y construyendo líneas ferroviarias hacia el Ártico y
puertos comerciales en la costa.
En abril, oficiales del gobierno ruso
dijeron en una conferencia que el plan es incrementar el tráfico de
carga por la Ruta del Mar del Norte a 92,6 millones de toneladas
métricas para 2024, en comparación con 20,2 toneladas en 2018; en 2017,
la carga era apenas la mitad de eso.
Hasta
ahora, el crecimiento se ha alcanzado principalmente gracias al nuevo
importante proyecto energético de gas licuado de Novatek PJSC en la
península de Yamal: la compañía exporta GNL a clientes asiáticos,
principalmente chinos, a través de la Ruta del Mar del Norte.
Eventualmente, sin embargo, el gobierno ruso espera mover más de otras
materias primas, como petróleo y carbón, por las vías marítimas del
Ártico.
Todos
estos ambiciosos planes son, en efecto, una apuesta para que, para
cuando el cambio climático ayude a hacer la Ruta del Mar del Norte
navegable todo el año, Rusia tenga todo el control de cualquier tráfico
por la ruta y la esté explotando activamente para sus propias
exportaciones de materias primas, recortando su camino hacia Asia.
Para
nadie será fácil —ni siquiera para EE.UU., con todo su poder naval—
contrarrestar esa apuesta sin una confrontación militar directa, dado
que Rusia lleva la delantera.
Rusia no puede darse el lujo de mantenerse
al día con sus rivales en todas las áreas: en su esfuerzo por
distanciarse de las demás potencias del Ártico, desperdició, por
ejemplo, su ventaja en lanzamientos espaciales.
Pero para Putin, la Ruta
del Mar del Norte es una prioridad mayor, y una de las pocas cosas que
puede ofrecer a China en la alianza antiestadounidense que está
intentando construir con el presidente chino, Xi Jinping.
Hasta
ahora, el afán por asegurar el poder ruso sobre el ártico antes de que
el cambio climático abra la competencia a todo el mundo parece haber
funcionado para el Kremlin. Los países occidentales con acceso al
Ártico, ya sea europeos o norteamericanos, han sido muy lentos —o tal
vez no lo suficientemente cínicos— para apostar en grande, como lo ha
hecho Putin.
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