BAGDAD.- La petrolera estadounidense Exxon Mobil ha evacuado, entre el viernes y el sábado, todo su personal no iraquí del yacimiento West Qurna 1, en la provincia de Basora, en el sur de Irak. Exxon es la principal concesionaria de esta explotación petrolífera y su decisión responde a una alerta del Gobierno de EE.UU. después de que anunciara la retirada de su personal diplomático del país.
Basora se encuentra en territorio de mayoría chií de Irak,
por lo que semejante decisión es consistente con la escalada desatada
por Donald Trump contra Irán. El mensaje dado a Exxon es
que existiría el peligro de secuestros de ciudadanos norteamericanos,
hipotéticamente por parte de las milicias chiíes iraquíes.
Todo tiene su explicación, y ésta apuntaría a que Irak
podría ser el campo de batalla que enfrentara a Irán y Estados Unidos.
Mike Pompeo visitó Bagdad la semana pasada y, según explicaro tres altos funcionarios iraquíes, el secretario de Estado les
dijo, en términos vagos, que disponía de información sobre una amenaza a
las fuerzas de EE.UU. en Irak.
Pero ese no fue el mensaje importante,
sino este otro: Washington no espera apoyo de Bagdad, pero sí que el
Gobierno iraquí no se alinee junto a Irán. Es de este modo que el foco
de tensión se desplaza desde el golfo Pérsico al martirizado país árabe.
Dicho en términos claros por el analista político iraquí
Wazeq al Hashimi: “La gran pregunta es cómo los líderes iraquíes
defenderán sus intereses nacionales en un país donde la lealtad a los
poderes extranjeros es algo generalizado a expensas de la propia
nación”.
Irán no tiene Irak bajo su control pero sí ejerce gran
influencia, en buena medida sustentada en las milicias chiíes de
Movilización Popular.
“Si el Estado no puede con ellas, Irak será el
escenario de un conflicto armado”, sentencia Al Hashimi.
Hay que recordar que estas milicias fueron pertrechadas y
sostenidas por Irán durante la reciente guerra contra el dominio
territorial del Estado Islámico en Irak. El general iraní Qasem
Soleimani, comandante en jefe de la brigada Al Qods, la fuerza de elite
de la Guardia Revolucionaría iraní, acudió al frente con mucha
frecuencia y es idolatrado por estos milicianos chiíes.
Mientras
Soleimani acudía a las trincheras, las fuerzas estadounidenses
cooperaban con el ejército regular iraquí, por lo que iraníes y
norteamericanos acabaron combatiendo juntos (no se sabe hasta qué grado
de coordinación) contra el enemigo común yihadista.
Acabada esa campaña contra el Estado Islámico (aunque no la
guerra, pues los yihadistas siguen muy presentes) cada cual volvió a su
posición inicial.
Mike Pompeo afirmó en Bagdad que EE.UU. no atacaría a Irán
desde Irak pero sí que ejercería su “derecho a la autodefensa” si sus
ciudadanos, instalaciones o simplemente intereses son atacados. La
situación puede ser muy “volátil”, como gustan de calificar los
norteamericanos.
Un general iraquí comentó que cunde la preocupación
entre sus fuerzas “porque los militares norteamericanos en el país –unos
5.000– puedan ser atacados por facciones leales a Irán”.
El general no
olvidó señalar que tal agresión podría producirse como represalia por
cualquier operación militar de EE.UU. contra Irán no necesariamente en
territorio iraquí.
Las milicias chiíes iraquíes, agrupadas bajo el nombre de
Hashid al Shabi, denunciaron el pasado jueves las “provocaciones
norteamericanas”, que consideran parte de una “guerra psicológica”, y
descartaron toda amenaza “inminente contra intereses estadounidenses”.
En el mismo sentido se pronunció el recientemente nombrado
jefe de la Guardia Revolucionaria iraní, general Hosein Salami, citado
por la agencia Fasr.
Según él, hay una “guerra de inteligencia” en la
que EE.UU. tiene las de perder porque “su sistema político se ha
quebrado y ha perdido fuerza. Tiene aparentemente un cuerpo enorme pero
sufre de osteoporosis”.
Toda una generación –y algo más– en Irak no ha conocido
otra cosa que la guerra: la que le enfrentó con Irán en la década de los
ochenta, la primera guerra del Golfo en 1990, la invasión aliada en el
2003, la guerra civil después y, por fin, una versión diferente de la
misma con el Estado Islámico. No es extraño, pues, que analistas y gente
de la calle piensen que están a las puertas de otra confrontación.
“No
cabe duda, habrá guerra, e Irak será el primero en perderla”, dijo el editorialista Husein Rashid.
Sin ir más lejos, un elemento inquietante se ha
hecho presente de nuevo ante los iraquíes. El portaaviones USS Abraham
Lincoln, enviado a aguas del golfo Pérsico para amedrentar a Irán, es un
viejo conocido. Desde él se bombardeó Bagdad en las dos guerras del
Golfo. Fue en su cubierta donde George W. Bush habló de “misión
cumplida”, abriendo una época de absoluta inestabilidad y violencia en
el país árabe.
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