LISBOA.- Portugal cerró en mayo de 2014 el
rescate financiero de la troika pero cinco años después el país todavía
afronta desafíos, como la elevada deuda pública, el crédito moroso, las
reclamaciones de los funcionarios o la devolución de más de 50.000
millones del préstamo de la Unión Europea (UE).
El 17
de mayo de 2014, Portugal dejó oficialmente de estar bajo la tutela de
la troika después de tres años de un severo programa de austeridad a
cambio de los 78.000 millones de euros prestados por la UE y el Fondo
Monetario Internacional (FMI).
Cinco años después, las cifras macroeconómicas muestran
una realidad muy diferente a la del país que tuvo que recurrir a la
ayuda externa por tercera vez en su democracia.
Si la
economía portuguesa vivió tres ejercicios consecutivos de recesión entre
2011 y 2013, el producto interior bruto (PIB) creció un 2,1 % en 2018;
la tasa de desempleo, que llegó a rondar el 18 % en 2013, cerró en el 7 %
el año pasado, cuando el déficit público se situó en el 0,5 %, muy
lejos del 11 % que superó en 2010.
Pero aunque los
números mejoraron y los portugueses dijeron adiós a algunas de las
medidas de austeridad impuestas por la troika, los efectos de la crisis
todavía se notan.
"Hay bastantes áreas donde esos
efectos no han desaparecido y en general existe en el subconsciente de
los portugueses un miedo de regresar al pasado", señaló el
presidente de la Asociación Portuguesa de Analistas Financieros, Manuel
Puerta da Costa.
Varios sectores, en especial dentro
del funcionariado, todavía exigen mejoras laborales al Gobierno
socialista, que incluso vivió esta semana una crisis política por las
reivindicaciones de los profesores para recuperar toda la antigüedad
congelada durante la crisis.
Desde el exterior, las
agencias de calificación y los organismos internacionales apuntan otros
desafíos pendientes al país, especialmente los elevados niveles de deuda
pública y crédito moroso en la banca.
En el caso de
la deuda, no ha dejado de crecer en términos absolutos, si bien en
proporción del PIB sí se ha iniciado la senda de la mejora y cerró 2018
en el 121,5 %, por debajo del pico del 133 % que tocó en 2014.
La
banca portuguesa sigue destacando entre sus congéneres europeos en los
niveles de crédito moroso, y a pesar de los procesos de recapitalización
y reestructuración que ha vivido el sistema financiero luso, algunas
entidades todavía no han dejado atrás los problemas.
El
Novo Banco, creado con los activos "saludables" del quebrado Banco
Espírito Santo (BES), intervenido en 2014, tuvo que recibir esta misma
semana una nueva inyección de capital de 1.150 millones de euros.
Y
cinco años después de dejar atrás el rescate, a Portugal todavía le
falta pagar los más de 50.000 millones de euros que le prestó la
Comisión Europea y el Banco Central Europeo.
El país
sí liquidó por completo la parte del préstamo que procedió del FMI, unos
26.000 millones que terminó de reembolsar de forma anticipada en 2018
para ahorrar unos 100 millones en intereses.
Estos
desafíos no niegan que Portugal parece haber recuperado la credibilidad
externa, como reflejan las agencias de calificación, que retiraron su
deuda del "bono basura" entre 2017 y 2018, e incluso el nombramiento del
ministro de Finanzas, Mário Centeno, como presidente del Eurogrupo.
Pero hay riesgos, señala Puerta da Costa, que podrían poner a prueba esta credibilidad en el futuro.
"Los
riesgos de la sostenibilidad de los déficits públicos (cercanos a cero)
y la incapacidad de hacer nuevas inversiones públicas de mejoras de los
servicios de salud, de educación y de infraestructuras y de llegar a
acuerdos de régimen para reformas estructurales necesarias son
asignaturas pendientes", concluyó el analista.
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