NUEVA YORK.- La revolución argelina ha entrado en su fase más peligrosa. Dos
semanas después de que las protestas callejeras persuadieran al
presidente Abdelaziz Bouteflika de renunciar a su apuesta por un quinto
periodo en el cargo, las protestas han seguido creciendo, al igual que
sus ambiciones: los manifestantes exigen ahora una transformación de
pies a cabeza del gobierno.
En
las primeras semanas del levantamiento, muchos analistas –incluido su
servidor– rechazaban las comparaciones con las protestas de la Primavera
Árabe de 2011. La diferencia más evidente, como dije a finales de
febrero, se encontraba en las consignas que sonaban por las calles de
Argel y otras ciudades.
Mientras los manifestantes de la Primavera Árabe
cantaban, por primera vez: "El pueblo quiere derrocar al régimen", los
argelinos tenían una demanda más concreta: "No habrá quinto periodo para
ti, Bouteflika".
Parecían
oponerse principalmente al presidente –de 82 años y debilitado por una
embolia desde 2013– y no a todo el gobierno. Es concebible que las
propuestas hubieran sido pacificadas por el derrocamiento de Bouteflika y
generosas concesiones por parte del gobierno como las que evitaron que
Argelia siguiera el ejemplo de Túnez y Egipto en 2011.
Sin
embargo, desde el anuncio de Bouteflika, más y más personas han
adoptado la consigna de la Plaza Tahir: “Al-shaab yurid isqat al-nizam”.
Si
suena como la Primavera Árabe, huele como la Primavera Árabe... también
padece del mismo defecto de la Primavera Árabe: la ausencia de
liderazgo. Los manifestantes principalmente jóvenes son un movimiento
sin organización formal ni representantes reconocidos.
No hay quien
lleve sus demandas al régimen y negocie una transición a un sistema más
democrático, ni quien maneje las expectativas de los manifestantes
respecto a la naturaleza de dicha transición.
Sin
líderes, el único medio de los manifestantes para forzar el cambio es
seguir protestando y seguir pidiendo más. "La evolución de las demandas
es una característica de las revoluciones sin liderazgo", asegura Geoff
Porter de North Africa Risk Consulting. "Si no hay quién les diga lo que
es posible, piensan que todo es posible".
Y
es ahí donde las cosas se tornan peligrosas. La experiencia de
2011-2012 sugiere dos caminos; ninguno de los dos termina en la
satisfacción de los manifestantes.
Uno
de ellos lleva a la violencia. Los militares argelinos han mantenido
sus porras envainadas. El líder del ejército, el general Ahmed Gaid
Salah, ha expresado su admiración por quienes buscan el cambio.
No
obstante, las protestas prolongadas, a falta de negociaciones, pueden
agotar su paciencia. Es difícil imaginar actualmente que Argelia caiga
en una guerra civil por el estilo de la de Libia, Yemen o Siria, o la
que experimentó en la década de 1990, en la que miles de personas
murieron. Pero cuando empiezan los disparos, los resultados se vuelven
impredecibles.
El
otro lleva al secuestro de la revolución por parte de grupos que tienen
lo que a los manifestantes les falta: liderazgo y organización.
Eso es
lo que ocurrió en Túnez y Egipto, donde las organizaciones islamistas
capitalizaron el espacio político abierto por la Primavera Árabe, para
decepción de los manifestantes.
En Egipto, muchos activistas a favor de
la democracia dejaron su suerte en manos de la contrarrevolución militar
de 2013. En Túnez, muchos simplemente se desilusionaron de la política.
¿Pueden
los revolucionarios argelinos forjar su propio camino? Por ahora,
parecen concentrados en organizar manifestaciones más grandes.
Las
protestas han continuado en parte porque Bouteflika sigue en el cargo.
Aunque ha nombrado una autoridad de transición controlada por leales de
larga data y ha prometido una nueva constitución previa a unas nuevas
elecciones antes de final de año, muchos sospechan una maniobra para
extender su cuarto mandato.
Otros manifestantes reconocen que Bouteflika
no es más que la cara visible de una camarilla más grande conocida como
"le pouvoir" (el poder): una gerontocracia que incluye a altos
oficiales militares, líderes del partido dominante –el Frente de
Liberación Nacional– y a algunos amigotes capitalistas. Incluso si el
presidente eventualmente deja el cargo, no servirá de mucho si "le
pouvoir" permanece atrincherado.
Existen
muchas señales de que la vieja guardia tiene la intención de aferrarse.
"Hay personas en el régimen que no quieren el cambio", asegura
Abdelwahab El-Affendi, profesor de política en el centro de posgrados
del Instituto Doha.
Resulta significativo que la administración
transicional esté acumulando apoyo internacional, pero no del tipo que
enviaría señales de más democracia: el viceprimer ministro, Ramtane
Lamamra, hizo un viaje rápido a Moscú a principios de esta semana para
solicitar apoyo al ministro de Relaciones Exteriores de Rusia, Sergei
Lavrov, quien advirtió a las potencias extranjeras no interferir.
Estados Unidos ha manifestado su apoyo a las protestas; el presidente
francés, Emmanuel Macron, ha pedido una "transición de tamaño
razonable".
Sin
embargo, si las protestas continúan –y crecen– sin violencia, el
régimen podría inclinarse a hacer más concesiones.
"Creo que hemos
alcanzado un punto en el que debe haber un cambio significativo; el plan
de transición del gobierno es muy pequeño y llega muy tarde", asegura
Andrew Lebovich, investigador del Norte de África en el Consejo Europeo
de Relaciones Exteriores.
"Alguien
debe conversar con el gobierno sobre lo que es aceptable y lo que no",
afirma Brian Klass, experto en democracia en University College de
Londres. El derrocamiento del régimen sirve para crear consignas
llamativas, pero no es una posición de negociación práctica. La
experiencia de los movimientos durante la Primavera Árabe demuestra que
"necesitan trabajar en concesiones", asegura Klass.
"Eliminar la
estructura del régimen de la noche a la mañana no es una buena idea, así
que deberían estar discutiendo quién debe irse y quién puede quedarse".
Pero,
¿quiénes? Por ahora, los sindicatos de trabajadores influyentes han
rechazado las invitaciones de conversación del gobierno. Un grupo
autodenominado Coordinación nacional para el cambio ha emitido una
declaración en la que pide al ejército no intervenir, además de plantear
sus demandas para un gobierno de transición. Los islamistas de Argelia,
golpeados por la guerra civil de 1990, no han mostrado la habilidad de
sus contrapartes egipcia y tunecina para aprovechar la oportunidad.
Para
que los manifestantes argelinos usen su ventaja, necesitan estar tanto
en la mesa de negociación como en las calles. Si no lo logran, las
lecciones de la Primavera Árabe no permiten mucho optimismo por lo que
pasará después.