NUEVA YORK.- El
presidente de Estados Unidos, Donald Trump, ha dicho durante mucho
tiempo que el objetivo de su política comercial consiste simplemente en
obtener mejores acuerdos para los estadounidenses. Pero a medida que la
guerra comercial se intensifica, parece cada vez más probable que sus
políticas conduzcan a algo más: una ruptura duradera con China y una
nueva alineación del poder global, a juicio del Dr. Karl Smith, profesor de Economía en la Universidad de Carolina del Norte.
En
primer lugar, considere la evidencia de la ruptura. El estancamiento
actual en las negociaciones comerciales fue provocado por un cambio
repentino en los términos por parte de los negociadores chinos. Es
probable que este cambio haya sorprendido a la administración con la
guardia baja, pero la respuesta de Trump es notable: inmediatamente
elevó los aranceles y luego anunció una prohibición de negociar con la
firma china de telecomunicaciones y líder nacional Huawei Technologies
Co.
Estas
medidas pusieron entre la espada y la pared al presidente chino, Xi
Jinping, y convirtió la disputa comercial en una cuestión de orgullo
nacional chino. Esto limita la posibilidad no solo de una resolución
rápida, sino también de las probabilidades de que el pueblo chino acepte
algún tipo de concesión a EE.UU.
El
manejo de Trump de esta situación contrasta con su estrategia de
negociación en otros temas. A pesar de que el presidente criticó el
Tratado de Libre Comercio de América del Norte durante su campaña, ha
promocionado su reemplazo como un gran éxito, a pesar de que solo es
cosméticamente distinto, y ha estado dispuesto a suspender sus aranceles
en Canadá y México para facilitar su paso por el Congreso. Del mismo
modo, Trump ha estado más que dispuesto a pregonar sus exitosas
negociaciones con el líder norcoreano, Kim Jong Un, aunque la evidencia
de dicho éxito es escasa. Mientras tanto, la dura conversación del
presidente contra Europa y Japón por sus prácticas comerciales, y contra
los aliados de la OTAN por sus gastos de defensa, ha sido mayormente
frustrante.
Sin
embargo, cuando se trata de China, Trump redobla la apuesta. Ha
alentado a las cadenas de suministro de EE.UU. a que se muden de China y
ha establecido programas de subsidios para proteger a los agricultores
de los efectos de una prolongada guerra comercial.
Lo
que lleva a las implicaciones a largo plazo de esta batalla. Una
prolongada guerra comercial casi garantizaría una realineación global.
Las cadenas de suministro que se ejecutan a través de EE.UU. y China
estarían constantemente sujetas a interrupciones, por lo que los
fabricantes mundiales tendrían que decidir si seguir una estrategia
centrada en EE.UU. o en China.
Ese
ya es el caso en la esfera digital, donde las restricciones chinas en
internet dividen el mundo en dos partes: la que atiende a los gigantes
tecnológicos de EE.UU., como Google y Facebook, y la que depende de
firmas chinas como Baidu y WeChat. La amenaza de China de interrumpir el
acceso de EE.UU. a minerales de tierras raras también apunta a una
posible bifurcación en los mercados de productos básicos.
La
tendencia es clara: a medida que crece el poder económico y geopolítico
de China, los países que se encuentran dentro de la esfera de
influencia del gigante asiático sentirán una creciente presión para
integrar sus economías con las cadenas de suministro y las
multinacionales chinas en lugar de las estadounidenses.
Al
mismo tiempo, como señala mi colega de Bloomberg Opinion, Tyler Cowen,
el ascenso de China es el principal motor del sentimiento populista en
EE.UU. y Australia. Esto genera presión política en esos países para
profundizar un aislamiento con China. En EE.UU., Trump ha dejado claro
que ve la guerra comercial con China como algo políticamente ventajoso
para él, y probablemente tenga razón. Probablemente también sea cierto
que este sentimiento antichino perdurará a su mandato.
Sume
todos estos factores y la guerra comercial entre EE.UU. y China parece
ser el comienzo de una profunda ruptura en el orden global. Como China y
EE.UU. forman dos coaliciones económicas y geopolíticas opuestas, el
resto del mundo se verá obligado a elegir. Tal vez la Unión Europea
pueda formar un tercer polo no alineado, ya que la membresía de Francia y
Alemania en la UE (y la ausencia del Reino Unido) les proporciona el
poder de negociación para evitar caer bajo la esfera de influencia china
o estadounidense.
Por
supuesto, en cierta manera, este tipo de alineación multipolar sería un
retorno al pasado. El mundo de dos superpotencias que existió durante
gran parte de la segunda mitad del siglo XX fue siempre una excepción, y
la era de la supremacía estadounidense que comenzó después del colapso
de la Unión Soviética no iba a durar para siempre. Hasta hace poco, sin
embargo, parecía posible un nuevo tipo de arreglo bipolar: un tipo de
asociación competitiva entre China y EE.UU., con la UE desempeñando un
papel de apoyo. Los acontecimientos de las últimas semanas han hecho que
parezca cada vez menos probable.