Los dirigentes europeos persisten en sus políticas de
«ajustes» y «recortes», sugiriendo que escampará tras la tormenta
económica. Nos quieren hacer creer que -si les seguimos- habrá un
período mágico y soleado, tras los rayos y truenos del bono basura y de
la tormenta de la prima de riesgo. Pero si lo aceptáramos, estaríamos
creyendo que es posible un cambio de ciclo con sus brujerías. Es
demasiado creer.
Porque lo que vemos es una determinación fanática (política) del
mundo financiero, con su aumento de las restricciones presupuestarias y
con el endurecimiento fiscal para los que menos tienen: con el
incremento (evidente) de la miseria social. Los cambios de ciclo parecen
orbitar más bien por otras galaxias.
El aumento de la pobreza, a ojos vista, nada tiene de magia: es
ideología, poder y decisiones políticas. Y los ciclos (en cualquier
sistema económico) nunca son fulgurantes, ni instantáneos. Tienen que
ver con mecanismos implícitos (tendencias lentas) del modelo. Y nos
referimos a este modelo (capitalista) en estado cada vez más puro, que
va perdiendo sus adherencias humanísticas, sociales o socialdemócratas:
los derechos sociales duramente adquiridos.
Y esta crisis no es sino el avatar de un cambio de ciclo dentro del
sistema vigente. Si dejamos que mantenga sus rutinas, tenderá siempre
hacia una cada vez mayor desigualdad social. Por eso hay que rechazar
todos los días, en todos los campos, su lógica consciente o
inconsciente. Su perversión del lenguaje.
El británico Owen Jones (Chavs, Verso Books, Londres, 2011), estima
punto central de todo ese proceso «la demonización de la clase
trabajadora y el triunfo flagrante de los ricos, quienes ya no afrontan
el reto de los que están debajo, a quienes señalan y de quienes se
mofan». La palabrería de las finanzas es parte fundamental de esa risa.
«Los bonos a tres años están a tanto y tanto a las 13,20», «el IBEX sube
hasta los 7.137 puntos a las 12,24», «el diferencial del bono alemán a
las 11,27 se sitúa a…»
Eso es eléctrico, como una chispa. Ahí no aparecen tiempos, ni
ángulos ideológicos. En esa inmediatez, no se ofrece espacio para la
reflexión sobre esa demonización. Todo se presenta como un dato
objetivo. En ese ruido mediático, no aparecen las opciones de política
económica. Son invisibles los intereses de los grupos de presión y de
los ricos. Los derechos sociales (en retroceso) y la defensa de las
personas con menos recursos, apenas se sugieren. En la información
mayoritaria que sufrimos apenas hay otra cosa que «el camino correcto»,
que dice el ministro de Hacienda de España.
En ese contexto, un reportaje fotográfico en The New York Times
enfada a buena parte de los medios españoles. El NYT, como otros medios,
muestra a los pobres y también los palos contra los que se manifiestan
en las convocatorias sindicales o de los indignados. Parte de los medios
conservadores españoles responden publicando fotos de pobres
neoyorkinos. Singular respuesta que consiste en arrojar sus pobres a los
nuestros. Ya sabemos que la miseria salpica hoy a todos, allá y acá.
Así que contra la idea de que todo depende de una especie de una
técnica matemática (falsamente objetiva) que manejan Angela Merkel, Jens
Weidmann, Wolfgang Schäuble, Mario Draghi, el FMI, la City y Wall
Street, propongo un regreso a conceptos elementales del pasado. Entre
ellos, habría que recuperar (por ejemplo) aquella vieja idea (tan útil
para resistir) de la lucha de clases. Tenía su punto, que dirían
algunos.
O aquel otro concepto anterior de «las crisis cíclicas del
capitalismo». Y aquí me tengo que acordar de Nikolai Dmitirievich
Kondratyev ( Kondratieff), que murió ejecutado por atreverse a seguir
pensando bajo el yugo de Stalin. Lo ejecutaron cuando ya estaba enfermo y
deportado en un monasterio siberiano... Kondratieff , reformulado
después por el austriaco y contradictorio J.A. Schumpeter, observó cómo
la máquina de vapor (hacia 1810), el consiguiente incremento de la
producción de hierro y carbón, de los intercambios y del desarrollo del
ferrocarril (1870-75), el impulso de las industrias textiles y del
automóvil (1910-1920) fueron culminación de períodos de expansión.
Luego, siguieron crisis cíclicas que duraron entre 40 años y medio
siglo.
Sus seguidores han considerado el desarrollo de las industrias de
consumo, el nuevo salto de la industria automovilística, de los
electrodomésticos, hasta la guerra de los Seis Días y hasta la crisis
del petróleo de 1973, como la cima del siguiente período de expansión.
En esos picos, dicen que hay saturación de mercados, exceso de capacidad
productiva, especulación financiera y cuesta inevitable hacia el
infierno para la mayoría social.
Ahora se insiste otra vez en el carácter «financiero» de la crisis.
Se valoran los paralelismos y diferencias con el crack de 1929. La
informática sería la roca de la última cumbre del postrer período de
expansión. Y el desarrollo aplastante de la Red tendría (tiene) una
relación muy estrecha con la aceleración enloquecida de los mecanismos
financieros. En los nuevos laberintos informáticos, los especuladores
pudieron escapar (hace años) a todo control político o social. Se
extraviaron allí bastantes mecanismos democráticos alcanzados.
No soy ningún experto en economía, pero los «expertos» tampoco. Y
pienso que es necesario recuperar esos mecanismos democráticos; en el
nuevo contexto. Romper (lo antes posible) con la lógica
financiero-matemática de los oráculos de las finanzas. Paul Krugman (El
País, domingo, 30 de septiembre de 2012) los describe así: «… los
abastecedores de creencias populares olvidaron que había personas
afectadas. De repente, España y Grecia se ven sacudidas por huelgas y
enormes manifestaciones. Los ciudadanos de estos países están diciendo,
en realidad, que han llegado a su límite: cuando el paro es similar al
de la Gran Depresión y los otrora trabajadores de clase media se ven
obligados a rebuscar en la basura para encontrar comida, la austeridad
ya ha llegado demasiado lejos».
Junto a la protesta social que defienda los derechos adquiridos,
sería útil pensar en perspectivas democráticas europeas de plazos
amplios. Para salvar lo mejor de Europa, hay que quebrar la espina
dorsal de esa jaculatoria eléctrica de la prima de riesgo. Necesitamos
volver a pensar en una estrategia de ciclos, no sólo económicos, también
ciclos sociales de recuperación de derechos perdidos.
Porque los magos de las finanzas pretenden imponernos la idea de que
es inevitable decidir todo nuestro porvenir en un segundo. Lo fulminan
todo siempre como si no hubiera alternativas. Por el contrario,
Kondratieff, desde su tumba, nos sugiere subir a la cima, mirar el
paisaje para ver por dónde, por qué vericuetos quieren que sigamos
bajando.
Desde ahí nos daríamos cuenta de que la estrategia social mayoritaria
requiere no ceder el paso de los recortes (políticos, ideológicos, de
riqueza) a los señores magos de la crisis. Hay que ponerles zancadillas.
Y pensar de nuevo en ciclos sociales largos, en mecanismos de
reforzamiento democrático, que nos defiendan en el futuro. En los
salones, en los medios, en la Red, en cualquier debate y en las calles
de la Unión Europea, es imprescindible mirar todos los días a los ojos
de esos que el ya citado Krugman llama «la secta de la austeridad».
(*) Periodista y miembro del Comité Ejecutivo de la FIP